Señorita primavera
Actualizado: GuardarSé que no es nada original acudir, pasados apenas dos días desde la entrada triunfal de la señorita Primavera, al arsenal de tópicos que sobre ella se vienen repitiendo año tras año. Pero a ver qué guapo (o guapa) se sustrae, un templado día de finales de marzo, a las cuatro de la tarde, sentado en la terraza de un bar, de ciertos lugares comunes inevitables: de los delicados efluvios florales -esos azahares de todas las calles del centro-, del gustoso picorcillo del sol a través de los párpados entornados, de la luz que ha cambiado milagrosamente, desde el gris invernizo a un dorado deslumbrante y prometedor.
Quizás aún vuelvan algunos días de lluvia que pretendan ladinamente engañarnos; quizás algunas mañanas un frío tempranero nos invite a añorar la bufanda y los guantes. El intento es inútil. El calendario y el aire proclaman la victoria de la primavera, el triunfo de lo verde sobre lo plateado, de la flor sobre la escarcha. Las ráfagas frías que todavía se presenten serán los últimos y baldíos disparos al aire de la artillería derrotada del invierno. No hay que hacerles ni caso.
Saquen, pues, sus camisas de manga corta, las sandalias, los vestidos estampados, los shorts (quienes se atrevan) y la sonrisa nueva del armario.
Destierren las medias tupidas, los calcetines de lana, la ropa interior térmica, el polo de cuello alto, las botas con forro de borreguito. Olvídense de sabañones, resfriados, pañuelos moqueros, estornudos y carajillos de primera hora para calentarse (aunque esta última renuncia es opcional). Apúntense a los tópicos típicos, al «la primavera la sangre altera», a las golondrinas y a las mariposas, a la exuberancia y al hedonismo. Y que ustedes, a pesar de los tiempos que corren, la disfruten.