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Rodríguez Zapatero charla con el ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba. :: REUTERS
ESPAÑA

El Gobierno sólo apuesta por el acoso sin cuartel

La izquierda 'abertzale' se mueve en un laberinto político sin salida mientras los terroristas no depongan las armas

RAMÓN GORRIARÁN
MADRID.Actualizado:

Si ETA se encuentra contra las cuerdas, su expresión política de la izquierda 'abertzale' no está mejor. Sus reflexiones, promesas y documentos con los que quieren dar fe de que están dispuestos a ser demócratas no conmueven al Gobierno, que observa todos esos pasos con un escepticismo absoluto. Esa desconfianza ha engordado, si cabe, con la respuesta al último atentado, que lejos de ser una condena se ha limitado a un lamento. José Luis Rodríguez Zapatero resumió esa reacción en tres términos: «cobarde, insuficiente y sin sentido». Por ese camino, sostienen los socialistas, los restos del naufragio de Batasuna siguen cavando su fosa.

Tras la ruptura de la tregua por parte de ETA hace tres años, el Gobierno llegó a una conclusión: nunca más habrá un proceso de diálogo con los terroristas y su entorno político. Con una excepción y sólo una, que antes dejen las armas. Las treguas, los sondeos o cualquier otro vericueto no serán ni considerados. El único escenario que maneja el Ejecutivo es golpear y golpear sin misericordia a ETA. No se plantea otro camino ni siquiera como ejercicio político.

En este marco, los esfuerzos de la izquierda 'abertzale' para ser escuchada son meros cantos de sirena a los que el Gobierno hace oídos sordos. El único mensaje que traslada hacia ese patio es el de «bombas o votos». Ante esta disyuntiva, los herederos de Batasuna no saben qué hacer. Desearían que fuera ETA la que 'motu proprio' pusiera fin a su trayectoria de sangre y muerte, pero saben que no va a ser así. Los terroristas no están dispuestos a renunciar a más de medio siglo de historia, cientos de presos y decenas de militantes muertos a cambio de nada, o a lo sumo, algunas excarcelaciones. ETA sigue empeñada en la fórmula de que a más muertos sobre la mesa estará en mejores condiciones de negociar, sin reparar que en otro tiempo ese planteamiento quizá pudo funcionar, pero ahora no merece la menor consideración.

Arnaldo Otegi y sus seguidores, por otra parte, saben que sin ETA no son nada. Son conscientes de que un desmarque definitivo les abocaría a ser un 'Aralar bis', serían una organización política independentista pacífica, espacio que ya está ocupado por el citado Aralar y Eusko Alkartasuna, y no arrastrarían a esos 100.000 fieles votantes de Batasuna y sus marcas de conveniencia. Se tendrían que conformar con una porción del pastel y a ser uno más en la sopa de letras de la política vasca.

Y viceversa. ETA sabe que sin Batasuna no es nada y sin ese abrigo su inanidad no tendría vuelta de hoja. Ha comprobado que los movimientos por sí sola no tienen efecto.

El Gobierno, así las cosas, se limita a constatar el deterioro de unos y otros. No ha olvidado que la solución policial, por sí sola, no resolverá el problema y que en algún momento habrá que hacer, en palabras de Rubalcaba, un «ajuste político». Pero la situación no está madura, antes ETA tendrá que desaparecer.