Pulseras en Toulouse
Los grilletes mentales siempre tendrán éxito por la tendencia a la credulidad ciega
Actualizado:Que andábamos algo desequilibrados era cosa sabida. Pero nunca se llegó a pensar que el remedio vendría de unas simples pulseras, las 'pulseras del equilibrio'. Llevan unos meses en el mercado y ya han hecho furor. Las hemos visto en la muñeca de tenistas y de pelotaris, de presentadores de televisión y de actores de cine, de alcaldesas de capitales y de presidentes de comunidades autónomas. Son argumentos de autoridad, sin duda. Los mensajes publicitarios resultan más fiables cuando los acompaña la imagen de alguien influyente. No importa que la ciencia haya alcanzado un nivel de desarrollo razonable, al menos el suficiente para defendernos de embaucadores y charlatanes. Si las estrellas del equipo local creen firmemente en el poder de las frecuencias electromagnéticas que protegen las células de factores negativos externos, ninguna evidencia científica será capaz de frenar la corriente de emulación desencadenada a partir de tan prodigioso hallazgo.
Algunos pensaban que la parte oscurantista de la postmodernidad sólo iba a dejar a su paso huellas pintorescas tales como las novelas templarias y los videojuegos de alquimistas y de buscadores del Santo Grial. Las pulseras han venido a demostrar que la cosa no acaba en la ficción. En la era del conocimiento, la estupidez prende más fácilmente en los espíritus cuanto más desafíe a la lógica, al sentido común y a la razón científica. Sobre las pulseras se han pronunciado especialistas de diversas ramas del saber, y todos ellos han coincido en que no sólo carecen de poder alguno, sino que las explicaciones de los fabricantes -son varios, se ve que hay mercado de sobra- no tienen el menor fundamento.
Creemos lo que queremos. Nuestra percepción de la realidad se parece mucho a nuestros deseos y prejuicios y muy poco a la razón objetiva. Nos hemos rodeado de placebos con los que curar dolencias imaginarias de forma igualmente imaginaria pero siempre a la medida de nuestra comodidad. Se ha visto estos días pasados, a raíz del descubrimiento del etarra Anza en la morgue de un hospital de Toulouse. Cada cual se ha aferrado a su narración prefabricada y por un lado están quienes sostienen a pies juntillas la versión oficial mientras por otro claman al cielo y al infierno los aferrados a la versión victimista. Poco importa que la autopsia destierre las sospechas de torturas. Los que denuncian operaciones siniestras de la Policía y los servicios secretos seguirán manteniendo contra viento y marea una fantasía que no están dispuestos a abandonar bajo ningún concepto. No lo harían ni aunque apareciera un vídeo con las imágenes de Anza en el momento de caer fulminado por el infarto que se lo llevó al otro mundo. Hay una tendencia a la credulidad ciega contra toda evidencia gracias a la cual los grilletes mentales siempre tendrán éxito, sea en forma de pulseras, sea como consignas de fanáticos.