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CAMPO DE MINAS

Nostalgia del futuro

JAVIER VELA
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Habrá pocos fenómenos en la naturaleza tan implorados y hasta codiciados como el feliz regreso de «la estación florida». Este severo invierno, pródigo en lluvias y en inundaciones, ha barnizado el ánimo sureño dejando al irse un terco sedimento: es un deseo informe, como un ansia, un aluvión de instantes venideros y escenas por vivir. Pero por fin mañana, veinte de marzo, sábado, hacia las cinco y media de la tarde, se hará oficial en toda la Península el esperado anuncio de la primavera, y, en ese justo instante, el vivo ritornelo de Vivaldi se instalará de nuevo en nuestro oído para ponerle música al futuro, envuelto hasta hace sólo algunos días en un sombrío y húmedo silencio.

El temporal de vientos y mareas, aquí tan veneradas por quienes peinan olas, han hecho este año estragos en todo el litoral, cuajando las orillas de residuos y ocasionando serios desperfectos en las infraestructuras de la Bahía de Cádiz. Santa María del Mar es hoy una piel muerta, desnuda y pedregosa más propia del erial mediterráneo que del costado atlántico, sana y gozosamente batido por las olas. En La Victoria, el caso es aún más grave: rota, resquebrajada, barrida y arrasada. Lejos del fatalismo ecologista y el optimismo de nuestros políticos, el hecho es evidente: el mar avanza.

Pero volvamos a la primavera. Los pajarillos cantan, las nubes se levantan. Etcétera, etcétera. Caído el chaparrón, no pocos gaditanos despertarán mañana con la mirada puesta no ya en el horizonte, sino directamente en el verano y en el resurgimiento del turismo, espejo deformante que en ciudades de «estilo preindustrial» como aún es Cádiz suele templar los ánimos de los desempleados y maquillar un poco las listas del INEM. Pero es ahora cuando empieza el año. Éste es el tiempo idóneo para operar un cambio pausado y trascendente en la estructura interna de nuestros anhelos. Frutas, verduras, tallos, flores, hojas, la vida se renueva para que la observemos y así nos contagiemos de su ritmo: allegro, largo, allegro. Por fin se va el invierno (sí, Landi, con sus castas): el invierno y su música de piscinas vacías, el invierno y su piano de nostalgias. En los pasillos de las autoescuelas, señoritas demasiado reales juegan a intercambiarse sus sombreros de niebla; en las asesorías, en los cines, todo transcurre más humanamente, con la puntualidad de lo que vuelve; y en los jardines públicos, jóvenes asexuados interceptan volúbiles señales del abismo. La primavera ha vuelto. Salgamos, saludémosla. La primavera ha vuelto, por fin, y estamos vivos.