La generosidad del empleador
Actualizado:Cualquiera que haya ojeado u hojeado algún que otro libro de economía, habrá podido apreciar que los economistas del pasado eran infinitamente más claros en sus afirmaciones y prescripciones que los de ahora. Por ejemplo, de claridad meridiana podríamos considerar la propuesta que allá en el lejano siglo XVII hacía William Petty, uno de los padres fundadores de la llamada economía clásica, que, en líneas generales, sigue siendo la clásica economía de hoy, y que decía así: «Sólo debe concederse a los trabajadores aquello con lo que puedan vivir, puesto que si se les concede el doble, por ejemplo, sólo trabajarán la mitad de lo que podrían y harían en otras condiciones, lo que representaría en general una pérdida en trabajo».
La receta, tal como ustedes enseguida habrán colegido, sigue siendo científicamente correcta, ya que, como todo el mundo sabe, si se traspasa a la baja el mínimo retributivo suficiente para vivir, el trabajador abandona el mundo de los vivos, cosa no deseable en términos económicos, puesto que ello representaría una merma en la oferta de trabajo, con el consiguiente aumento de precio del mismo en virtud de la ley de la oferta y la demanda. Evidentemente, después de más de tres siglos las cosas son distintas. El experto que ahora echa cuentas y hace recomendaciones sobre el mercadeo laboral se expresa en términos muchísimo menos claros y rotundos que lo hacía William Petty, aquél descarado pero transparente economista. Para comprobar esto que digo lean ustedes, si no lo han hecho ya, el documento publicado hace sólo un par de semanas por el presidente de la CEOE, Gerardo Díaz Ferrán (sí, el de los aviones), haciendo unas (textualmente) «propuestas para una reforma laboral eficaz». Es lógico que en un contexto cultural econocrático como en el que estamos, la palabra eficacia adquiera en muchas cabezas resonancias mágicas, pero a servidor de ustedes no hay quien le quite la impresión de que es un término sospechoso y desalmado.
De todas formas, Díaz Ferrán trató de humanizar luego sus propuestas asegurando que los empleadores serían generosos en su aplicación. El problema es que con esta supuesta aclaración uno queda aún más confundido: ¿Estamos hablando aquí del pasado o del futuro? Posiblemente de ambas cosas, puesto que al parecer de lo que se trata es de retomar en el futuro, ya mismo, la claridad de los economistas del pasado.