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CINE

El eterno magnetismo de 'Al final de la escapada'

La película de Jean-Luc Godard, de la que se cumplen 50 años de su estreno, está considerada como piedra angular de la 'Nouvelle Vague'

ÓSCAR BELLOT
MADRIDActualizado:

El 16 de marzo de 1960 se estrenaba Al final de la escapada, ópera prima de Jean-Luc Godard, emblema máximo de la 'Nouvelle Vague' y referente generacional para un mundo que, entonces como ahora, vive en eterna huída hacia no se sabe donde y en el que los truhanes provocan, entonces como ahora, una mezcla de irritación y mal disimulada envidia.

La cinta, en cuyo guión se dejaba sentir la mano de François Truffaut, se rodó en apenas un mes, con un equipo reducido y un presupuesto irrisorio que Jean-Luc Godard supo compensar a base de travellings y planos rodados desde una cámara emplazada en una motocicleta de las que se utilizaban para repartir el correo y que tanto bien le haría al filme.

El protagonismo se lo dio a ese monstruo del cine francés que era Jean-Paul Belmondo y a esa pizpireta norteamericana convertida en icono de la moda que acabaría siendo pasto de sus demonios internos llamada Jean Seberg. Una combinación explosiva entre el amargo hechizo de la vieja Europa, con sus cafés parisinos y sus atribulados pobladores empeñados en ganarse la vida a golpe de picaresca, y la inocente pero sofisticada América, cuna de una muchacha que se gana la vida vendiendo ejemplares del New York Herald Tribune por los Campos Elíseos.

Casi 400.000 personas pasaron por taquilla para degustar las aventuras de Michel Poiccard, un zascandil de tres al cuarto cuya chanchullera vida queda alterada al conocer a Patricia, la joven que le roba el corazón con sus sueños y su ingenua pasión por la vida. Admirador de Humphrey Bogart, a quien homenajea moviendo el pulgar sobre los labios como hacía uno de los personajes encarnados por el inmortal protagonista de Casablanca, Poiccard se ve a sí mismo como una especie de protector de Patricia, un hombre curtido en las hieles de la existencia cuya misión es descubrir un mundo nuevo a la frágil muchacha que tiene a su lado.

Juventud despojada de arabescos

Pero Godard no tiene intención de entregarnos una película romántica, sino de hacer un canto a la juventud despojado de arabescos y que mostrase con toda su crudeza en reverso amargo de las ansias de libertad que por entonces latían a uno y otro lado del Atlántico. Así, Poiccard termina abatido por las balas de un policía en la calle Campagne-Première después de que Patricia le confiese que le ha denunciado a las autoridades por haber matado, a su vez, a un agente que trataba de detenerle por robar un coche en Marsella. La chica no está dispuesta a ser la Bonnie de este particular Clyde y Godard dirige su dedo acusatorio contra ella a través de un par de contraplanos en los que Patricia corre mientras su enamorado se desploma sobre el asfalto.

Inmediatamente aplaudida por la crítica, Al final de la escapada ganó el Oso de Plata en la Berlinale de 1960 y descubrió al mundo el descomunal talento de ese genial retratista de las emociones humanas que es Jean-Luc Godard, autor de títulos clave en la historia del séptimo arte como Pierrot el loco (1965) o Todo va bien (1972).

Una película, Á bout de souffle, que marca el punto de inflexión entre un mundo que se apaga y otro que comienza, un vértice en el que late el aliento del mejor thriller estadounidense conjugado con el lirismo de la cinematografía francesa, un 'tour de force' entre Belomondo y Seberg rodado con una estética de falso documental que cautivó y sigue cautivando a millones de cinéfilos y que marcó el punto culminante de esa corriente imperecedera que fue la 'Nouvelle Vague'.