La soledad de Garzón
Hay perplejidad ante lo que parece ser, antes que otra cosa, una pelea de jueces
Actualizado:El reportaje que hoy publica este periódico pone de manifiesto las causas profundas de la caída en desgracia del famoso juez estrella de este país, Baltasar Garzón, personaje controvertido por su exhibicionismo y por un dudoso viaje de ida y vuelta a la política. Un magistrado que, a lo largo de su ejecutoria en la Audiencia Nacional, ha ido perdiendo apoyos y amistades, hasta la situación actual en la que se percibe un cierto hartazgo del estamento judicial hacia este juez omnipresente y, a lo que parece, demasiado audaz, no muy pulcro jurídicamente y con un excesivo afán de notoriedad. Garzón tiene que responder, como se sabe, de tres querellas por prevaricación admitidas a trámite por el Tribunal Supremo: una por la instrucción de una causa contra el franquismo sin competencias para ello, otra por la realización de escuchas a abogados de supuestos implicados en el 'caso Gürtel' y una tercera por haber solicitado y obtenido financiación para un curso a una entidad bancaria, cuyo presidente recibió poco después trato sospechosamente favorable. Es obvio que Garzón es un ciudadano más y que en principio no debería llamar la atención este escrutinio. Sin embargo, es imposible no advertir, de un lado, que durante su dilatada carrera, se han presentado más de cuarenta querellas contra Garzón -algo normal en la vida de quien instruye numerosas causas criminales-, sin que haya sido admitida a trámite ninguna de ellas, salvo las tres últimas. Y, de otro lado, que la entidad de las acusaciones que ahora se le formulan es más bien escasa, si hay que fiarse de autorizadas voces jurídicas ajenas a estos procesos. Es lógico que la opinión pública asista con perplejidad a lo que parece ser, antes que otra cosa, una pelea entre jueces, una cacería más personal que política o ideológica puesto que las asociaciones judiciales no juegan papel alguno en la disputa.