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Mitri Ghnem, con el muro israelí al fondo. :: L. L. CARO
MUNDO

Una vida perseguido

La guerra de 1948 expulsó a Mitri Ghnem de Yaffa, la de 1967 le confinó doce años en Jordania y, ahora, en pleno siglo XXI, el muro israelí le expulsa de su casa

LAURA L. CARO ENVIADA ESPECIAL
BEIT YALA (CISJORDANIA).Actualizado:

Mitri Ghnem tenía dos años cuando en 1948 su familia fue expulsada de Yaffa y tuvieron que correr a refugiarse con lo puesto a la cristiana Beit Yala, al oeste de Belén. No fue fácil empezar. Ni ahorrar con un sueldo de albañil para poder casarse aquel 4 de junio de 1967 en que también salió de viaje rumbo a Jordania con su esposa, sin sospechar que su luna de miel se convertiría en una trampa: a la mañana siguiente, Israel lanzaría la Guerra de los Seis Días. Selló las fronteras y dejó a la pareja encerrada en el país vecino durante doce años.

Doce años de destierro arrancados de los suyos, hasta que en 1979 el Gobierno de Tel Aviv aceptó su petición de retorno y Mitri pudo comprar 2.100 metros cuadrados de tierra de olivo en la Beit Yala de su juventud. Gastó «hasta el último céntimo de lo que había ganado con un taxi y en la obra» durante el exilio forzoso, y levantó con sus manos un hogar para su mujer y sus tres hijos, soñando que su vida de errantes había terminado. La administración hebrea de los territorios ocupados de Bet El le dio los permisos para edificar. Las escrituras también «son legales» y demuestran que el suelo es su «propiedad privada».

Sin fuerzas

Por eso, al viejo Mitri le faltan las fuerzas para contar que, a sus gastados 64 años, espera un visado para dejarlo todo para siempre y marchar a Australia. Israel le confiscó en 1992 la mitad de la parcela para construir una «carretera segregada» que nunca podrá utilizar, porque es exclusiva para colonos y que, efectivamente, discurre en desmonte a pocos metros de su vivienda. Aquella dentellada a su único rincón en el mundo y a su honor le llevó entonces al hospital. Pero lo peor viene ahora. Lo insoportable.

Hará hoy diez días, «los soldados judíos irrumpieron y arrasaron con máquinas los olivos centenarios sin mediar palabra», porque el muro -la lengua de hormigón que Israel construye para separar Cisjordania- tiene que pasar a escasos cinco metros de su fachada. De hecho, la pared inmensa acecha ya y se ve por detrás de la espalda de Mitri, que, sentado en los troncos muertos de los árboles, mira sin esperanza alrededor. «La casa se va a morir sin viento ni sol». El muro la encerrará por dos lados y la dejará sin accesos, porque la vivienda está metida contra un talud y se quedará aislada. «Nos entierran -dice-. No sé si piensan darme un helicóptero para entrar y salir».

Mitri lamenta la pena negra de que la ocupación lleve persiguiéndole seis décadas. «El abogado», como él dice, ha apelado al Tribunal Supremo. El primer ministro palestino, Salam Fayad, ha ido en persona esta semana a ver la casa. Mitri reza en la iglesia. Pero sabe que no hay nada que hacer. Y a lo lejos asoman ya los nuevos bloques del asentamiento judío de Gilo, que hace tres años no se veía. La colonia se le acabará «echando encima», presagia rendido, y jura que hubiera deseado no vivir para no tener que ver esto.