LAS BOFETADAS DE LA VIDA
Actualizado:No lo estaba pasando bien últimamente. Bueno, en realidad hace ya seis meses que la vida le da una bofetada tras otra. Se consolaba pensando que muchos están en su misma situación. Tiene 38 años y el pasado septiembre se quedó en el paro. Con un hijo pequeño, que come por dos e inquieto como él solo, su mujer trabajaba horas sueltas en una cafetería, en la que, además, la tenían dada de alta por bastante menos tiempo del que en realidad estaba. Aún así, y a pesar de cobrar poco más de 400 euros al mes, ella se consideraba afortunada por tener un empleo. Él se resignaba a aportar los 670 euros de subsidio que percibía a la economía familiar y a las escasísimas chapuzas que le salían muy de vez en cuando. Era, este último, un dinero 'negro' que por lo menos les ayudaba a llegar medianamente desahogados a mitad de mes. Porque la otra mitad la pasaban dejando fiado en un par de comercios. Y en el quiosco de la esquina de casa donde compraban el tabaco.
Nada que ver con la vida que habían llevado antes. Hubo un tiempo en el que él, electricista de profesión -de los buenos-, ganaba casi 4.000 euros mensuales. Cierto que fue cuando emigró a Cataluña y trabajaba a destajo. Quien suscribe compartía casa con él y puede dar fe de que vivía mejor que quería. No se privaba de nada. Comía y cenaba fuera, se pegaba buenas fiestas de tanto en tanto, vestía buena ropa y llenaba el carrito de la compra de caprichos. Tras regresar, volvió a trabajar en la empresa familiar. También se ganaba bien la vida, al menos lo suficiente como para que siguiese sin faltarle lo básico y darse algún que otro lujo. Incluso después de conocer a la que hoy es su mujer, entonces camarera en un conocido restaurante, y empezar a vivir juntos.
El nacimiento de su hijo coincidió con el inicio de la maldita crisis. Pero al menos tiraban para adelante; eso sí, algunos meses con más dificultades que otros. Hasta que la empresa familiar quebró y él se quedó en el paro. A partir de ahí las cosas se torcieron. Y mucho. Los pocos más de mil euros que entraban en casa cada mes no llegaban para hacer frente al alquiler, la letra del coche, el recibo de la luz, el teléfono, la guardería del niño...
Las cosas empezaron a cambiar hace aproximadamante un mes. Él tiene trabajo. Cobra unos 1.200 euros al mes, más las horas extra que eche, y está dado de alta. Ella está en un bar, a media jornada, y le pagan 650 euros. Entre los dos suman unos 2.000, prácticamente el doble que antes. Están encantados de la vida. Aunque sin poder darse grandes caprichos, por lo menos pueden llegar a final de mes sin tener que dejar cuentas abiertas en las tiendas. Se agarran a sus empleos como a un clavo ardiendo. No entienden ni de ciclos económicos, ni ganas que tienen. No les interesan los grandes proyectos salvadores que van a darle prosperidad a la ciudad. Y mucho menos las promesas políticas de que la situación va a mejorar pronto. Ahora, en estos momentos, se sienten afortunados y rezan para que la vida no vuelva a darles más bofetadas.