NUESTRO NOBEL
Delibes se ha ido, pero sigue escribiendo, me atrevería a decir, por unas cuantas decenas de manos interpuestas
Actualizado: GuardarUn escritor es no sólo el hombre y sus libros, sino también la huella que ha dejado en los que lo leyeron. De quién fue Miguel Delibes como ser humano, poco puedo decir, y desde luego nada que tenga interés frente a lo que contarán quienes lo tuvieron cerca en vida. De lo que representan sus libros sólo puedo decir cosas más o menos prescindibles, porque coincidirán con las que podrían decir otros muchos y tendrán menos valor que las de los estudiosos, que no son pocos, que ha tenido su obra. De la huella en este lector, en cambio, sí puedo trasladar impresiones singulares, y a la vez creo que representativas de la gente de mi generación. Permítaseme pues, ceñirme a esto.
Para los nacidos en los 60, Delibes fue ante todo 'El camino', ese libro ejemplar que tuvimos la suerte de tropezarnos masivamente en el bachillerato. Porque gracias a él conocimos de forma limpia, honda y cabal, tal cual era la mirada de su autor, la España de nuestros padres y abuelos. Ese país rural, estrecho y no obstante expectante ante el cambio ya inminente, en el que vivieron nuestros ancestros y que a nosotros nos tocaría dejar atrás. Ese país limitado, y sin embargo fascinante; duro, y a pesar de todo entrañable. Gracias a Delibes todos supimos un poco mejor quiénes habíamos sido, aportación nada desdeñable para entender un poco mejor quiénes éramos y seríamos.
Luego nos tropezamos con el resto de sus libros. Algún otro pudo caernos en las aulas, también, como 'El príncipe destronado' o 'Los santos inocentes', otros dos relatos de una pieza, profundos, poderosos en su aparente sencillez y su ausencia de pretensiones ampulosas (esas tan caras, por el contrario a tanto literato patrio de mucho menor fuste). Y los demás los fuimos cazando en las librerías, las bibliotecas o los rastrillos. Para los niños de los 60 que además éramos aprendices de escritor, en cada página latía el pulso firme, suelto y natural de un maestro. Delibes se ha ido, pero sigue escribiendo, me atrevería a decir, por unas cuantas decenas de manos interpuestas. Cosa que seguramente no puede decirse de muchos escritores de su tiempo.
No le dieron el premio Nobel, que durante su siglo y pico de existencia ha fallado casi siempre a la hora de cazar a lo mejor de cada casa (su lista de omisiones supera en mucho a la de dianas: se le fueron Kafka, Proust, Joyce, Musil, Chandler y tantos otros que seguir llenaría la página). No iban a hacer una excepción a su costumbre con la literatura en español. Los suecos se lo perdieron. Podrían haber tenido uno de los mejores discursos de aceptación. Basta releer el que pronunció cuando le dieron el Cervantes, el más humilde, sabio y conmovedor que este lector recuerda de un escritor en ese trance, y en el que hacía el repaso de su existencia deshilachada en las palabras y los gestos de unos fantasmas de ficción que habían acabado siendo su vida por encima de la vida misma. Pero no importa. Dondequiera que esté, lo sabe. El Nobel, se lo damos nosotros.