Igualdad
Actualizado:Es curioso que cuando se habla de igualdad lo primero que se le ocurre a uno es la de género. Es todo un logro que este objetivo social esté tan presente en el imaginario que haya sustituido incluso a aquella 'Liberté, Egalité, Fraternité', que a nadie parece ya preocupar. Aunque ya hayan pasado las efemérides del Día de la Mujer me gustaría comentar una obviedad: la igualdad de género como cualquier cambio social, avanza a distinto ritmo en cada cultura, religión y formación social.
Cuando hablamos del Estado Moderno, hijo de la revolución política contra el Antiguo Régimen y la Revolución Industrial se piensa en la transformación de la Francia del XVIII y XIX. Pero en La Janda de mediados del siglo XX las relaciones entre jornaleros y latifundistas eran feudales de facto y el Estado de Derecho no era más que una superestructura que servía de coartada a un régimen totalitario semi esclavista. Y la mujer era todo menos una ciudadana libre. Hoy día somos mucho más conscientes del tremendo desfase entre los derechos de las mujeres en los distintos países. La emigración nos aproxima a culturas donde se practica la ablación del clítoris, el matrimonio de las impúberes acordado por los padres, las mujeres a las que la familia lapida por honor o las que asumen la poligamia como natural.
Mirar hacia fuera desde nuestro privilegiado país produce vértigo. Si el espejo es Europa, la cosa cambia, y a pesar de nuestro Ministerio de Igualdad y su labor a favor de la equidad, encontramos mayores dificultades para alcanzar la igualdad real, que pasa, en primer lugar por la equiparación laboral: mayores deferencias de sueldos, un techo de cristal más evidente (salvo en la política), menor tasa de actividad femenina, más precariedad y menos implicación de los varones en las tareas domésticas y en la crianza y educación de los hijos.
Probablemente la batalla más larga sea la última, en la que los avances son infinitesimales y los papeles o roles estereotipados de distribución de funciones en el hogar están muy enraizados en nuestra cultura tradicional. En este contexto y con un estado de Bienestar que comienza a completarse ahora (Ley de la Dependencia), es muy difícil traducir el mayor nivel formativo de las mujeres españolas en puestos de trabajo más altos, cualificados y remunerados. Quizás porque la mujer no encuentra el respaldo suficiente para poder dedicarse al trabajo enteramente, como hacen los que convierten el trabajo en una despiadada competencia.
Quizás las mujeres que no quieren renunciar a la maravillosa experiencia de la maternidad sean más sabias y prefieran un camino más equilibrado entre el trabajo y la vida. Pero, en cualquier caso, necesitan de compañeros que no escurramos el bulto y asumamos el 50% que nos corresponde.