Ejemplaridad y docilidad
Actualizado:Al espectro de los misterios insondables remití en su día, como ahora hago, el hecho de que Moktar Mocaifri, mi amigo mauritano, atribuyera la solidez y cohesión social de las 'harcas' saharianas, al binomio funcional «ejemplaridad y obediencia». Al monumento civilizado basado en el ejemplarismo sistemático del líder y en la capacidad diagnóstica de la grey para obedecer al más apto, sin incurrir en ciega pleitesía. El hechizo enigmático radica en que esa teoría la sostenía José Ortega y Gasset, el que el 23 de febrero de 1922 publicaba un artículo en 'El Sol', con el número III de la serie 'Patología Nacional', bajo el nombre 'Ejemplaridad y docilidad', bajo los mismos postulados de Mocaifri. Más misterio aún añade a la coincidencia doctrinal, el hecho de que ninguno de los dos pudieron conocerse, ni física, ni doctrinalmente, siendo las suyas biografías y amueblamientos craneanos disímiles y remotos.
Al contarle a Mocaifri, recostados como cabras ahítas rumiando bajo una 'haima', que un filósofo español opinaba como él, conmovido, tan sólo discrepó de los postulados orteguianos en el concepto de docilidad, al entender que esta acepción de obediencia, comporta el servilismo, sin entender que las sutilezas del maestro eran dones del bisturí. Demasiado sutil para el carácter de un domador de broncos dromedarios. Obviados los matices semánticos, lo cierto es que el talento portentoso de Ortega y las habilidades no cognitivas, luminosas, de Mocaifri, coincidían en lo básico con sumo detalle. La calidad de la cohesión social y el devenir armonioso de los colectivos sociales, la familia, las tribus, las hordas y las 'harcas' del Sáhara, se basa en el liderazgo de los próceres de trayectoria singular y ejemplar, de tal calibre y entidad, que la obediencia, o la docilidad, según versiones, se asuman sin gran sacrificio, disciplinada y dignamente.
Añadía Mocaifri dos arcos torales adicionales al edificio social que prescribía, que bien hubiera incorporado Ortega complacido; uno, el de la autoridad y otro el de la justicia, proporcional y ecuánime. Para él, el hombre ejemplar ha de saber ejercer la autoridad siempre pensando en el bien de la grey, sea cual sea su formato, y ha de acatar los laudos de la justicia, en su caso la 'sheránica', la de los 'shej', los sabios, maravilla del ejercicio del derecho consuetudinario. Uno y otro, brocales abiertos a la luz, nos llaman a capítulo y nos instan a la reflexión. Inútiles resultarán los esfuerzos, de tirios o troyanos, que engolen la voz para convocar o glosar a la democracia desde foros licitados o espurios, si condenamos al ostracismo a los mejores y seguimos obedeciendo a los arrebatacapas destripaterrones. ¡Gloria a ambos 'shej'!