Toros y nacionalismo
No llevemos siempre los asuntos polémicos que hay en nuestras vidas al terreno identitario
Actualizado: GuardarHace años, cuando en España no existían ni los debates como los conocemos ahora ni había tanta oferta televisiva, hablar de los toros era una forma casi blanca de suscitar polémica. Los contrarios sostenían que los toros sufrían tortura, que los animales tenían derechos, que no eran tan distintos de los hombres. Los partidarios hablaban de espectáculo, tradición, estética, negocio, puestos de trabajo. Los toros no habían sido corneados aún por el espectáculo identitario. Ahora, a los argumentos de entonces se une el nacionalismo. Hay nacionalistas catalanes, que se dicen de izquierda, que entienden que abolir los toros en Cataluña es una forma de restar España en aquella comunidad. De otro lado, hay una derecha nacionalista española que sostiene que con los toros hay más España y menos centrifugado autonómico.
El añadido nacionalista electrifica y distorsiona un debate interesante. No hay cosa más aburrida que un nacionalista enfrentado a otro nacionalista, los dos pretendiendo demostrar la superioridad de sus respectivas identidades.
Se puede estar contra los toros por entender que el animal sufre un trato cruel, incompatible con una sociedad moderna. Se puede estar a favor por entender que de otra forma no habría tantos toros con tanta calidad de vida hasta el momento critico. Pero atacar los toros porque supuestamente representan a España y defenderlos como bien de interés cultural porque presuntamente identifican una forma fetén de ser español son dos melonadas recíprocas que seguro que los toros no entienden.
La tradición no es un argumento para dar validez a las corridas de toros. Hay tradiciones nefastas cuya abolición nos ha dado a todos más calidad de vida democrática. El sufrimiento no es exclusivo del toro, sino de todos los animales que nos comemos y sin los cuales no podríamos vivir los hombres. Podemos añadir argumentos en contra y a favor, pero llevar el asunto al terreno del nacionalismo -catalán o español- para sostener que suprimir las corridas de toros sería una forma de acabar con la opresión española, o mantenerlas una manera de vigorizar la identidad española, abunda en el cainismo, distorsiona el debate e introduce un elemento perverso.
Hay españoles a los que no les gustan los toros, como hay catalanes a los que les encantan las corridas de toros. Pero, sobre todo, no llevemos siempre los asuntos polémicos que hay en nuestras vidas al terreno identitario, esa trinchera aburrida, intelectualmente grasienta y que casi siempre desemboca en el choque entre el fondo norte y el fondo sur.
Mientras tanto, bienvenido este debate recurrente a nuestras televisiones, aunque ahora haya más basura que hace veinte años.