Un viaje del horizonte a la lejanía
Las ingeniosas iluminaciones trasladaron a las protagonistas a un mundo de encuentros y desencuentros; La danza predominó en la obra que presentaron anoche Belén Maya y Olga Pericet
JEREZ. Actualizado: GuardarYa hemos pasado el ecuador del Festival de Jerez en su decimocuarta edición. Hasta la fecha la media de los espectáculos ha llegado al notable.
Anoche Belén Maya presentó en la ciudad un espectáculo de corte conceptual, en el que la danza ha tomado protagonismo sobre el flamenco. Su media mitad en el escenario fue la cordobesa Olga Pericet. Un tándem que contemporaneizó el baile flamenco en una propuesta que abordó tanto lo ecléctico del flamenco como lo versátil de la danza. El contraste entre la danza y el flamenco, sin más aditivos que la unión de ambas disciplinas en un empeño de entregarse en sucesivos pasos a dos, y unificando cante y baile en ellos.
Dos contrastes de las protagonistas, la una embelesando a partir de la danza y Maya aportando la herencia del maestro Mario Maya.
Es Belén quien se arranca por alegrías engalanada con bata de cola rosa y trasfondo similar al fucsia. En la caja escénica se dibujó una divisoria entre el baile y el cuerpo musical, mediante un telón que coloreó las danzas. Pericet estuvo por encima de la media, con movimientos folclorizados mientras dejaba paso a la voz en 'off' recitando versos en gallego. El comienzo de la obra empezó en un más que se fue diluyendo conforme pasaba la noche. Sólo algunos momentos como los fandangos de Huelva en los que Olga con castañuelas y bata de cola enriqueció muchos de los momentos de la noche. El contraste del paso a dos entre ambas artistas se mezclaba de igual forma con el cante, en tanto que los cantaores perdían su posición estática para adornar el baile de una u otra. En el cante, momentos como los de Miguel Ortega con fandangos de Paco Toronjo invadieron la danza de la cordobesa. De nuevo un paso a dos entre Juan José Amador y Belén con soleá por bulerías.
Inconfundible
Maya es la de siempre, tiene una personalidad que se escucha de lejos, una herencia intrínseca que la marca y se disfruta. Amador se hartó de soleá para el baile de Belén y Olga. Un dueto en el que por momentos la capacidad de coreografiar de Pericet superó a su compañera de batalla. Muy rica en la plasticidad de su cuerpo, en sus posturas, sus mudanzas. Admirable las transiciones entre cante y bailes, engarzando unos y otros sin evidenciar 'tempos' vacíos y hilvanando las diferentes secuencias. Un contraste entre seguiriyas y guajira fue de lo mejor de la noche, amén de los fandangos antes mencionados. Una continua lucha de ida y vuelta entre el aire cubano y el quejío jondo del terruño.
Jesús Corbacho musicalizó la guajira providencialmente, mientras que Belén con abanico adornado de telaje dibujó el tránsito sentimental de su esencial baile. A partir de aquí, el camino cogió otra vereda y se fue perdiendo la magia del comienzo para dejarse caer en unos tangos fugaces y tientos en la voz de nuevo de Ortega, para resolver las protagonistas cara a cara. Fugaz también la cartagenera que derivó en un final especialmente largo. Sin restar profundidad sucedió lo mismo que en el 'grosso' del espectáculo: emocionalidad en el principio para abandonarse insosteniblemente hasta el horizonte. Al margen de pequeños detalles, ambas artistas deshuesaron el fruto que han hecho madurar a lo largo de los últimos años para entregar una idea que, por desgracia, no convenció a un público algo apático y poco receptivo en conceptos renovados del baile y la danza. Como punto final, las composiciones musicales en las manos de Antonia Jiménez y Javier Patino, y sus respectivas guitarras, bien merecieron un sobresaliente.