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:: TEXTO: ARTURO CHECA :: FOTOGRAFÍA: ZURAB KURTSIKIDZE/EFE
Sociedad

El último festín del zar rojo

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Stalin salió el viernes de su casa natal en Gori, fue a misa, brindó con sus vecinos con un vaso de Xhvanchkara, su vino preferido, y se zampó unos kachapuris (pan relleno de queso y huevo) y un guiso típico de Georgia. Que no se relaman los amantes de las leyendas urbanas ni salgan a la calle entre vítores los nostálgicos del antiguo régimen comunista. El zar rojo está muerto y bien muerto desde el 5 de marzo de 1953. Precisamente lo que conmemoran sus paisanos de la foto es el 57 aniversario de su fallecimiento. Lo hicieron simulando que el dictador soviético regresaba al pueblo que en 1878 lo vio nacer. Un puñado de lugareños, muchos con la tradicional gorra de visera georgiana, pasearon su retrato por las calles de Gori, bendijeron su imagen con incienso y disfrutaron de un festín en su honor con Stalin presidiendo la mesa.

Hijo de un zapatero y de una lavandera, los partidarios de 'Soso', como se le apodó de pequeño en el pueblo, recordaron que él logró que la antigua URSS pasara de ser un país rural a una potencia industrial. Lo que callaron fue la sangre derramada de tres millones de personas, ejecutadas o muertas de extenuación con su trabajo en los 'gulags'. Dicen que su personalidad fría y carente de emociones nació de las frecuentes palizas que él y su madre recibían a manos de su padre, muy dado a la bebida. Nadie le vio nunca soltar una lágrima. El negro historial de Stalin, que en ruso significa «hecho de acero», empezó a forjarse ya de niño. «Yo soy yo y mis circunstancias», como dijo el irrepetible Ortega y Gasset.