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El rayo verde

‘El Asedio’ o la fuerza de la literatura

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La ficción es la mejor forma de llegar a la realidad, aunque parezca una paradoja. La Cultura en general, y la Literatura en particular, tienen la capacidad de construir mundos con palabras y de proporcionar saberes consistentes y perdurables; de hacer presente el pasado, de resucitar a los muertos, aunque tanta gente cometa el error de creer que se trata de juegos banales, pérdidas de tiempo, cuando no momias entre telarañas, antiguallas inútiles. Por todo eso, y por muchas más razones:ah, qué placer asistir al nacimiento de ‘El Asedio’, la novela con la que Arturo Pérez-Reverte está demostrando de manera palpable tantas ideas tantas veces explicadas y acogidas como extravagancias... Qué gusto visitar a través de la lectura, el ámbito más íntimo, ese tiempo y ese pequeño país (1811, Cádiz) que con gran esfuerzo y escaso resultado queremos recrear desde la política, la historia, la academia o el periodismo, incluso desde la «interactividad», para convencer al público en general de que fue un momento singular del pasado común que merece la pena ahora revivir, repensar, celebrar incluso, para alumbrar un futuro mejor.

La novela de Pérez-Reverte, la gran noticia de la temporada editorial ahora en España y pronto en los muchos países a los que la obra de Arturo es regularmente traducida, pone a Cádiz en el mapa de todos ellos y la descubre o sitúa como un paisaje especial y cercano para sus muchos y fieles lectores. Y lo hace con la enorme potencia de su altísima cifra de ventas, que para empezar se sitúa en 300.000 ejemplares. Ni más ni menos.

La ciudad, La Isla, la Bahía aparecen en sus 728 páginas con un protagonismo inusitado, como personajes principales en una trama cruzada de múltiples hilos. Todos ellos (la intriga policiaca, la aventura marinera, la guerra, la conspiración, los leves amores) llevan a Cádiz y descubren tras el sepia de los grabados y las cartografías tantas veces vistos, colores, olores, sabores, sonidos, sentimientos, recuerdos transmitidos de generación en generación, como la añorada herencia de una familia de indianos venida a menos.

Hay trozos de sus otros libros en éste, como el propio autor ha revelado, y también mucho de sí mismo. Así, está su «afinidad electiva» por Cádiz, paisaje escogido para varias de sus novelas, que ahora mira con el ojo del buen cubero que conoce cada uno de sus pliegues secretos. En el pozo de erudición que contiene sus páginas se permite deslizar, para quien los quiera ver, pequeños guiños al presente que hablan de esta cercanía afectuosa. Por ejemplo, un par de alusiones a la tapa de tortilla de berenjenas de Veedor, una reciente creación de Paco Chicón que bien merecería ser «maritata» de la época.

Reverte actualiza a Galdós y podría suscribir el hermoso piropo que éste dedica a la ciudad para iniciar su ‘Episodio’:«Recorrí el largo istmo que sirve para que el continente no tenga la desgracia de verse separado de Cádiz». Bebe también de Ramón Solís y nos ofrece una gran historia de oportunidades perdidas, de sueños frustrados, de pasiones oscuras y deseos irrealizados. Y también un magnífico, impagable, altavoz para Cádiz y el Doce.