Los hijos del gigante
«Son alumnos disciplinados, trabajadores, con un sentido muy desarrollado de la autoridad y la lealtad», elogian los profesores
Actualizado:China es el país de las magnitudes. Con más de 1.300 millones de habitantes, todo en su sociedad parece desmesurado, como si alguien hubiese escrito algún cero de más, y lo relacionado con los estudios no se queda a la zaga: este curso, por ejemplo, diez millones de jóvenes se presentaron al 'gao kao', la temible prueba de acceso a la Universidad, que seguramente no tiene competencia como examen más grande del mundo. Esta especie de selectividad supone un momento clave en la biografía de los chinos, que se refieren a ella como «la batalla en la que se decide el porvenir» y suelen compararla con una multitud que intenta atravesar un puente estrecho. Porque, de esos aspirantes, 'sólo' 6,2 millones obtendrán plaza en alguna facultad, que muchas veces no será la deseada, la que creen que les garantizaría un futuro próspero. Entre los licenciados se repite el fenómeno: con un mercado laboral herido por la crisis, 1,4 millones compitieron, en otro examen masivo, por los 465.000 puestos de posgrado.
Ante ese panorama, la opción de estudiar en el extranjero resulta cada vez más tentadora, favorecida además por el fortalecimiento de las economías domésticas y la 'política del hijo único'. Algunos institutos de secundaria segregan ya clases completas de alumnos que no piensan someterse al 'gao kao', educados desde la adolescencia con la perspectiva de salir a otro país e integrarse en una cultura ajena. Desde 1978, cuando el Gobierno abrió las puertas, alrededor de un millón y medio de jóvenes chinos han cursado estudios en el extranjero. Cada año son más: este ejercicio académico, se calcula que hay 200.000 inscritos en centros de otros países. La diáspora china se ha convertido en un apetecible pastel para las universidades del resto del mundo, que compiten por hacerse con una buena porción.
Estados Unidos y el Reino Unido, países anglófonos bien provistos de universidades de prestigio, copan junto a la relativamente cercana Australia la mayor parte de este mercado. Aunque con cifras mucho más modestas, España ha experimentado una progresión muy llamativa: «Desde la apertura de nuestra consejería en 2005 y el Instituto Cervantes de Pekín, el incremento ha sido espectacular -explica Vicente Francisco Valverde, consejero de Educación de la embajada española-. Se calcula que en 2005 apenas había 400 estudiantes chinos en España, mientras que a mediados de 2009 ascendía a 3.100». Las razones de este interés creciente son diversas: «Conocen el país cada vez mejor gracias a nuestra labor de difusión -analiza Valverde-. Está el año de España en China, la asistencia a ferias, gran número de acuerdos interuniversitarios, el hecho de que nuestras universidades pertenecen al Espacio Europeo de Educación Superior, la importancia del español, los precios asequibles...».
A todo ello se suma un factor difícil de cuantificar, pero que sin duda pesa en el ánimo a la hora de elegir universidad: igual que nosotros vemos a los chinos a través de las gafas del estereotipo, ellos también andan sobrados de tópicos sobre nosotros. «Yo creo que una cosa que atrae a muchos estudiantes es simplemente el encanto -sonríe Fan Ye, director de la sede del Instituto Confucio en Granada-. En China, España es un país exótico. Conocemos a Cervantes, los toros, el flamenco, a lo mejor la paella... Es un país que genera muchas ilusiones». Como en cualquier otro sitio, también en China los padres quieren para sus hijos todo aquello que ellos no pudieron tener, y pocas cosas les han dejado más marcados que el sueño imposible de ver mundo. «La curiosidad impulsa a muchos estudiantes», insiste Fan Ye.
Las universidades españolas llevan años tendiendo puentes para que esa curiosidad se vea saciada. Dos de ellas, la Autónoma de Barcelona y la Universidad de Alcalá, incluso han abierto oficinas de representación en Shanghai. En el país asiático se celebra una gran feria, la China Education Expo, que el año pasado atrajo a 35 expositores españoles. Y, además, existe la vía de establecer acuerdos entre universidades: el listado actual de la embajada recoge más de 180 convenios de este tipo, en los que participan nada menos que cuarenta centros españoles de educación superior. Muchos de estos arreglos contemplan la contrapartida de enviar alumnos -y, en ocasiones, profesores- a China, para que obtengan una familiaridad con el gigante que en algunas disciplinas resulta valiosísima.
Un idioma con tirón
Los alumnos chinos suelen venir a hacer estudios de español o algún posgrado, normalmente relacionado con la economía y los negocios, pero cada vez resulta menos raro que se matriculen en una carrera completa. La Universidad Complutense inició el curso pasado un programa específico en ese sentido: «Hacen primero un curso de inmersión para dominar el español, aunque ya vienen con un nivel A2 del Instituto Cervantes, el más alto de iniciación. Y, después, estudian la carrera en la Universidad», explica Ignacio Díez, secretario docente del Centro Complutense de Español para Extranjeros. Un grupo de 26 jóvenes fue el encargado de romper el hielo y este curso han llegado otros 50. Son gente como Shao Hongyan, una chica de Jilin que empezó la carrera de japonés en Pekín pero decidió apostar por un cambio radical: «El japonés sólo lo hablan los japoneses, pero el español se habla en muchos países, se usa en reuniones. Por eso vine aquí», resume.
El reto de afrontar una licenciatura completa en un idioma que no se domina exige mucha audacia y aún más esfuerzo, pero el pueblo chino es conocido por no arredrarse ante las dificultades: la expresión 'tarea de chinos' no es una tonta ocurrencia sin base. Los profesores se reconocen admirados ante la inflexible ética de trabajo de estos alumnos: «Suelen ser muy buenos estudiantes, serios, con un nivel de autoexigencia enorme», elogia Ignacio Díez, aunque admite con un guiño que «alguno se asimila muy pronto al entorno español». En Barcelona, la jefa del Servicio de Relaciones Internacionales de la Politécnica de Cataluña, Helena Martínez, asiente con convencimiento: «Son disciplinados, trabajadores, con un sentido muy desarrollado de la autoridad y la lealtad. El pasotismo de aquí no existe entre ellos».
Más allá del supuesto carácter nacional, esa abnegación es seguramente un fruto del sistema educativo chino, que no tiene en el 'gao kao' su única muestra de rigor. «La disciplina casi militar está presente en las escuelas -confirma Valverde desde la embajada española-. El aprendizaje de la lengua china domina un 60% del currículo durante los primeros ocho años. El sistema exige, y los alumnos que quieran progresar no tienen más remedio que hacer importantes sacrificios». Durante sus ocho semanas de vacaciones de verano, por ejemplo, los críos suelen hacer una o dos horas diarias de deberes. En Estados Unidos ya se han dado cuenta de que los niños chinos acaban el colegio mucho mejor preparados que los suyos, y el Gobierno de Obama tiene muy clara la razón: «No son más listos que nuestros hijos, simplemente están trabajando más duro -declaró hace un mes el secretario de Educación, Arne Duncan-. Nuestra jornada escolar es demasiado corta, nuestra semana escolar es demasiado corta, nuestro curso escolar es demasiado corto».
Yu Shiyang, otra de las alumnas chinas de la Complutense, prepara su tesis sobre 'Escritores hispanoamericanos y la Guerra Civil española' y se expresa en castellano mejor que muchos nativos: «En primer lugar, os parecemos 'buenos' estudiantes porque tenemos una forma de vida distinta, nuestra diversión está más allá de las fiestas y los bares. En segundo lugar, la aplicación al trabajo está arraigada en el subconsciente del pueblo: nuestra cultura destaca el aguante y la insistencia en lugar del 'carpe diem', de ahí la fama de 'trabajar como un chino'. Sin embargo, también quiero advertir que la generación de hijos únicos de los 80 es más abierta a la civilización occidental y no tan practicante de los valores tradicionales. Y ni hablar de los nacidos en los 90, comúnmente considerados egoístas o, para no prejuzgar, más individualistas», puntualiza. La joven, procedente de Chongqing, responde a la entrevista al límite del cierre del reportaje: «Estaba con un montón de materiales de lectura y un trabajo escrito y no podía, o no quería, distraerme -se disculpa-. ¿Te interesaba si los chinos somos buenos estudiantes? Mira, esto es una prueba».