Festival de Jerez
Actualizado:Como sucede cada año, desde hace catorce, el Festival de Jerez ha venido a cambiarle la cara a la ciudad. Otra vez se han llenado nuestras calles, plazas, bares y peñas de visitantes en tecnicolor, alegres y curiosos como pájaros de otras latitudes.
Van a todos los espectáculos, se apuntan a todos los cursos, asisten a todas las charlas. Son insaciables y están entregados al flamenco.
Los vemos estos días en las terrazas del centro, incluso con lluvia y viento, catando el vino que nosotros (y es vergüenza) ya no bebemos con tanta asiduidad y aplaudiendo a los cantaores espontáneos que se les acercan como si fuesen primeras figuras. Les oímos intentando confraternizar, con diez palabras de nuestra lengua y un entusiasmo a prueba de bomba. Aman nuestras cosas, nuestras costumbres, nuestros atuendos, nuestra música, más que nosotros.
Miren si no sus rostros arrobados cuando caminan por Santiago, conscientes de que pisan las calles donde nació el arte flamenco, sintiéndose como unos privilegiados. Obsérvenlos también sonrientes comiendo aceitunas y papas aliñás, mojando pan en el aceite, sorprendidos como quien está ante una 'delicatesen'.
Cada año tengo que agradecerles lo mucho que me enseñan. Ya lo he dicho en otras ocasiones: vienen a aprender flamenco y nos dan lecciones de cómo disfrutarlo; vienen de visita y se hacen expertos vividores de esta tierra. Ellos me recuerdan la importancia de todo eso que, por conocido, ha dejado de maravillarme. Me dan la clave de la Andalucía que veo pasar ante mí todos los días y a la que apenas echo cuenta. Me la devuelven entera, hermosa, racial y única. Vestida de volantes y cargada de tópicos, quizá, pero más ella y más admirable que nunca. Son un ejemplo a seguir. Ojalá que vuelvan muchos años más. O que se queden.