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El diestro granadino cita de hinojos al toro que cerraba plaza. :: CRISTÓBAL
Sociedad

Triunfan el arrebato de El Fandi y la sobriedad de El Cid

Rivera Ordóñez se va de vacío frente a una corrida de Fuente Ymbro, correcta de presentación, pero falta de fuerzas y de poder

PEPE REYES | SANLÚCAR
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Poco importa que el toro carezaca de fuerzas o de largura en su viaje, con tal que posea nobleza y algo de repetición en su embestida, David Fandila se erige en El Fandi, se transforma en la más genuina versión de sí mismo y es capaz de alborotar, con su entusiasmo y entrega, a todo tipo de público que ocupen los tendidos.

Con larga cambiada, verónicas, chicuelinas, media y revolera recibió el granadino a su primero, un toro altote y de acometida sosa y a media altura. Unas airosas chicuelinas al paso dejaron al astado en suerte con el caballo, donde únicamente se le simuló el castigo. Había que dejar al enemigo entero para que pudiera soportar el exigente esfuerzo al que se le iba a someter en el tercio estrella del matador. Tercio de banderillas donde se viviría una auténtica eclosión de júbilo cuando El Fandi, tras parear con acierto y espectacularidad, corría hacia detrás con la mano puesta sobre la testuz del oponente hasta dejarlo parado y cuadrado. Gritos unánimes de «¡Fandi!, ¡Fandi!» celebraban la inaudita gesta de la victoria en facultades del torero sobre el toro.

A partir de ahí, y tras iniciar sendos trasteos de hinojos, todo se reduce a una sucesión de muletazos, unos más limpios que otros, deslucidos y hasta enganchados a veces. Pero es torero curtido que sabe tapar sus carencias estéticas con un pundonor, una entrega y un coraje encomiables. En el sexto se volvió a lucir con el capote, con el que destacaría en un airoso quite por chicuelinas, abrochadas con alada serpentina. Cuatro pares de rehiletes prendidos de poder a poder, al cuarteo y al violín enaltecieron de nuevo a un entregado público. Demostró en ellos un dominio absoluto de los terrenos, las distancias y de los secretos más sutiles de la correcta reunión. Si al tercero lo despachó de estocada defectuosa, pronto se desquitaría. Al sexto lo pasaportó con una ejecución perfecta del volapié.

Clásico sabor, enjundia y mando poseyeron las suaves verónicas con las que El Cid recibió al segundo de la tarde. Fue éste un toro repetidor y con cierta vibración en su embestida ante el que el de Salteras otorgó distancias en el cite para cuajar dos tandas de derechazos pulcros, poderosos y ligados. Un toreo recio, sobrio, sin alardes ni arabescos de galería, dibujó El Cid por el buen pitón derecho de ese bravo Fuente Ymbro. Pero no consiguió el mismo acople ni desplegó la misma decisión en el breve ensayo del muleteo al natural. Versión zurda del toreo que también resultó irregular e inconexa frente al quinto. Res de muy pocas fuerzas que tendía a claudicar en cuanto El Cid le bajaba la mano. En faena, pues, configurada a media altura, llegó a obtener series estimables de redondos que abrochaba con la hondura de los pases de pecho.

No resultó este Día de Andalucía una jornada gloriosa para Rivera Ordóñez. Con el castaño de escasa codicia y menos fuerzas que abrió plaza, Rivera elaboró un trasteo anodino y voluntarioso basado en una sucesión de derechazos junto a tablas. Un circular enlazado a un pase de pecho y a un molinete constituyó el episodio más destacado de su labor. Como ocurriera con este toro, el cuarto también recibiría en el caballo un duro y desproporcionado castigo, del que salió menoscabado y algo deescoordinado en su tracción. La faena de Rivera Ordóñez careció de relieve y convicción. Desconfiado e inseguro, no supo aprovechar el pitón izquierdo del animal, por donde éste acudía con cierta prestancia y largura. Mal además con los aceros, tuvo que conformarse con contemplar cómo sus dos compañeros de terna salían izados a hombros por la puerta grande