Diablillos en la Iglesia
Actualizado:La iglesia es como un sepulcro vacío, como una jaula en la que Dios nunca estuvo; en donde Dios nunca estuvo y en donde el diablo se esconde para sentirse seguro», nos decía con su ingenioso genio José Bergamín. Me vienen a la mente estas palabras musarañeras al enterarme de los robos insistentes que se han producido en nuestra iglesia del barrio de Santiago, así como en otros lares de nuestra España. Y es que nuestra parroquia de Santiago, cerrada a cal y canto, se encuentra más desamparada que nunca, relegada a la mano de Dios, que no a la del hombre, pues éste hoy es más diablo que hombre y por ello entra para robar. Diríase que entra en la casa de Dios, que es lo mismo que la casa de todos, por ello se coge de allí lo que se quiere, pues es la casa de ellos. En toda iglesia se esconde el diablo que, como Dios, está en todas partes. Por ello, estos pobres diablillos, usurpadores, incrédulos y faltos de piedad y moral, entran a escondidas para robar. Y al robar allí, donde rezamos, confesamos y hasta lloramos, nos roban a todos y hasta a ellos mismos; arrancando figurillas de mármol, candelería de plata o los donativos a los pobres del cepillo. Sí, la iglesia es la casa de todos, pero es un acto vandálico de mala fe y de mala sangre hurtar en una casa desamparada. Pero esto no nos sorprende, pues la falta de ética y moral en nuestros días clama al cielo, que visto lo visto también estará lleno de desalmados y hasta sería fácil imaginar a San Pedro buscando las llaves perdidas y no pudiendo cerrar las puertas del cielo como debiera.
Sabido es que hoy en día muchos no creen por el simple hecho de no creer, más como acto de rebeldía que como valor ético personal. Y es que se lleva lo impersonal, lo ingrato y la decadencia por la decadencia. Y si no se cree como ética personal respetable, sí se debería creer en estas parroquias como monumentos culturales, obra artística, expresión de nuestros antepasados que siempre deberíamos conservar y respetar. Es triste que la crisis sea pretexto para hurtar en la casa de todos y dañar su obra, más cuando no se nos ha pedido permiso a los demás. ¡Pobres diablillos! Con olor a hiel que atentan contra una tentación sin perdón; son ellos risa del diablo.