Algarrobico, la horrenda cara del mismo paraíso
Actualizado:A sólo unos cuantos kilómetros de la inmaculada belleza de Mónsul y Genoveses, aún en el corazón del parque natural, se levanta una monstruosa mancha dentro del Cabo de Gata. Un mamotreto de 22 plantas y 411 habitaciones. El primer paso de la empresa Azafata del Sol al que seguirían después 1.500 viviendas, 7 hoteles y varios campos de golf, según han denunciado los ecologistas. Algarrobico. Ese es el nombre que recibe el hotel de la infamia, la misma denominación de la playa de Carboneras en la que se levanta, a escasos 14 metros del agua cuando la Ley de Costas fija un mínimo de 100.
Es la cara horrenda de la misma moneda, la postal de un turismo masificado que con tanto ahínco han logrado evitar doña Paquita y José González Montoya en el entorno de San José. Esta semana se han cumplido cuatro años de la paralización cautelar de las obras del hotel ordenada por un juez de Almería. Aunque de ahí a la desaparición del edificio dista un mundo. La Junta ha llegado a anunciar la demolición. Pero el asunto está aún enmarañado jurídicamente, después de que la promotora y el propio Ayuntamiento de Carboneras recurrieran al Tribunal Superior de Justicia andaluz.
Aunque la solución llegue, los lugareños dudan que la playa del Algarrobico, que un día pareciera remota, salvaje y evocadoramente paradisíaca, vuelva a ser lo que fue. Seguirán girando su cabeza con vergüenza hacia Carboneras, en el margen más oriental de las 38.000 hectáreas del parque natural. Justo en el otro extremo, en la parte occidental de esta Reserva de la Biosfera, se halla el polo opuesto, uno de los mayores esplendores del lugar: las salinas o charcones del Cabo de Gata, marismas junto al mar en las que habitan miles de flamencos, garzas, cigüeñuelas y chorlitejos.
El parque también cuenta con tesoros abundantes entre su vegetación. Los palmitos están considerados como la única palmera autóctona dentro del continente europeo. Y en ningún punto de España hay una comunidad de azufaifos mejor desarrollados y que ocupen más extensión que en el páramo almeriense. La riqueza natural llega incluso más allá de lo que se observa a simple vista. Bajo las aguas del Mediterráneo, frente a los límites del parque natural, se encuentra una de las praderas de Posidonia oceánica más valiosas de Europa.
¿Evitaron doña Paquita y José González Montoya únicamente que se perdiera un bello horizonte para deleite de la vista, o salvaron una joya única en estos tiempos de cambio climático, deforestación, pulmones naturales en peligro y urbanismo exacerbado? Juzgue usted mismo.