'GO HAVE FUN'
Ante el reportaje sobre Cádiz de 'The New York Times', la respuesta ciudadana, lejos de una rebeldía patria, ha mostrado un punto de lucidez nada habitual
Actualizado:Si por algo me fascina la historia de las hermanas Mitford es porque las excentricidades de cada una de ellas simbolizan la esencia de lo que fue el pasado siglo XX. Nancy, Pamela, Diana, Unity, Jessica y Deborah, las célebres hermanas Mitford -no dejen de leer su epistolario 'Letters between six sisters'- recorren a la perfección y casi sin dificultades el largo camino que va desde una Europa que se debatía en guerras hasta la pantomima esta que presidimos tan alegremente. Educadas de forma estricta en una familia aristocrática inglesa, destruida por el devenir de los tiempos, cada una de ellas siguió un rumbo tan distante que lo único que las mantuvo unidas quizá hasta más allá de la muerte fue el recuerdo de un hogar donde no estaban autorizadas ni la autoestima ni la 'self pity'. Algo así como la otra cara de la corrección política, la otra cara sería la cruz, pero hay cosas que mejor es no decirlas, precisamente por corrección política- a las hermanas Mitford no les estaba permitido ni vanagloriarse ni autocompadecerse de nada de lo que les ocurría.
En ese peligroso límite entre la vanagloria chulesca -aquí hay que mamar- y la más penosa autocompasión -es que no hay trabajo pa nadie- llevamos siglos moviéndonos en esta ciudad. En un páramo en el que hasta ahora nos iba bien. Porque cuando hemos sacado los pies del tiesto siempre ha habido quien nos pase la manita por el lomo, cuando nos ha salido el John Cobra que todos llevamos dentro y toda su verborrea genital «yo soy así y al que no le guste que le den», siempre ha habido una Anne Igartiburu para echarse las manos a la cabeza y mostrar en público su condescendiente saber estar, siempre ha habido un Alberto Oliat -ya saben, el presidente del Ente Público- que nos justifique que «los directos son así». Porque cuando hemos entrado en bucle -así se le dice ahora a lo que siempre fue la pescadilla que se muerde la cola- y nos sale la Legionaria -no Hortensia Romero, que ojalá- de Gran Hermano diciendo barbaridades del tipo «si hubiera sido agresiva y hubiera querido pegarle, lo hubiera hecho, a lo hecho pecho», siempre ha habido una Mercedes Milá para justificarnos, que si el alcohol, que si los nervios, que si la desesperación..
Pero algo está cambiando, y mucho. Conforme nos vamos alejando del espejo distorsionado de la madrastra, la imagen se vuelve mucho más nítida. Nada de autocomplacencia, nada de autoconmiseración. Dos píldoras nos han sacado del letargo. El pasado domingo, el documental 'Donde anda la luz' de la serie Ciudades para el siglo XXI que emite la 2 -sí ya sé la cadena de los documentales que todos ustedes ven- estuvo dedicado íntegramente a la ciudad más antigua de la península -así nos llamaban-, recorriendo sus esquinas, descubriendo el mar, sus gentes, el carnaval, la Tía Norica, la historia. y aunque nos calificaron como «maestros en el arte de la supervivencia», el reportaje mostraba una ciudad hermosa, llena de luz, con unos rincones tan apetecibles que daban ganas de viajar allí, a la ciudad que salía en la tele, claro está. Mostraba una ciudad difícilmente reconocible para los que vivimos aquí, pero con ese aire familiar que no desaparece con los años. «Esto es Cádiz» decía la banda sonora del documental, pero no decía lo demás, lo cual siempre es de agradecer. Orgullo sí, pero sin vanaglorias.
El pasado lunes aparecía en 'The New York Times' un reportaje firmado por Rachel Donadio en el que con la excusa del Carnaval, se analizaba -con mayor o menor acierto- la realidad de nuestra ciudad. 'Life is four day long. On one you're born, on another you die, and the two in between, you have fun' -que traducido resulta, que la vida son cuatro días y hay que disfrutar- era alguna de las conclusiones a las que llegó la periodista después de entrevistar a más de un gaditano. Lo demás, ya lo saben, que si la ciudad tiene una alta tasa de desempleo, que si existe una incesante economía sumergida, que si el espíritu conformista de los gaditanos genera parálisis social. Lo de siempre. No entraré en analizar el reportaje, porque ya lo habrán hecho ustedes, ni les diré si me parece justo o injusto que esos aspectos negativos empañen la imagen de nuestra ciudad. Como decía David Pantoja 'It's just a fact of life, like love or death'. Grandes dosis de 'self pity'. Autocompasión.
Me interesa, sin embargo, la reacción de la ciudadanía al conocer el reportaje. Lejos ya de aquella rebeldía patria que provocó el legendario Callejeros -de tipo Belén Esteban- que se nos vendió con una conspiración judeo-masónica contra el gaditano, en esta ocasión hemos mostrado un punto de lucidez nada habitual en nosotros. Las más de cuarenta opiniones recogidas por lavozdigital.es apuntaban en la misma dirección. Somos así, es cierto, estamos parados, pero somos una ciudad donde se vive bien, a pesar del paro. Vivimos del subsidio y del chapú, pero vivimos. No hay comentarios demasiado hirientes contra las administraciones -por mucho que alguno haya visto munición en el reportaje-, no hay comentarios de reproche hacia la periodista o su periódico, pero tampoco hay un «qué le vamos a hacer». Todos denotan, eso sí, cierta inquietud por lo que nos pueda deparar el futuro si la esclerosis nos llega a afectar más. Y eso es bueno, preocuparse pero no indignarse.
Porque para indignarnos ya tenemos a la Delegación de Cultura y su extraviado concepto de patrimonio etnológico. 'Go have fun'. Eso sí que es pura diversión. Y si no, que se lo digan a los vecinos de San Severiano.