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LA ESPERANZA COLECTIVA 20 2

Chiclana y su Bicentenario: la inconclusa Iglesia de San Juan

JOSÉ MARÍA ESTEBAN GONZÁLEZ
ARQUITECTOActualizado:

En estos días conmemoramos el Bicentenario de la invasión de los franceses en la Bahía de Cádiz. Hace doscientos años, El Puerto de Santa María, Puerto Real y fundamentalmente Chiclana, por estrategias militares, fueron invadidos y ocupados inexorablemente para preparar, como cuarteles generales, el asalto definitivo a Cádiz. Gracias a la autoinmolación de estos enclaves pudo escribirse una historia mejor para San Fernando y Cádiz. Ambas parecen las auténticas heroínas, por La Pepa, aunque fueron aquellos cercanos pueblos invadidos, los que sufrieron peores consecuencias y desastres. Es bueno que una vez admitidos como miembros de Honor en la Comisión del Bicentenario, se les devuelva algo de justicia. Al tiempo, veremos la importancia de la Batalla de Chiclana, a conmemorar el año que viene, el 5 de Marzo. Quizás sea por eso que la historia (que se cuenta a veces más copiando que investigando, o más interesando que buscando verdades) hereda importantes deudas con dichos pueblos, y por ejemplo con militares como el Duque de Alburquerque, Graham, Lardizábal o Lapeña, o con nobles familias de Chiclana y otros pueblos, como los Rizo, Böhl de Faber, González, Fossi, Autran, Galindo, Barbera, etc.

En Chiclana, mi pueblo, ahora importante ciudad de la Bahía, la total esquilmacion de sus bienes por las tropas napoleónicas supuso un corte urbano y social desde la ocupación, el 7 de febrero de 2010, hasta su salida, el 25 de agosto de 1812, y daños colaterales hasta muchos años después. Uno de los subproductos de esta confiscación fue la paralización, al nivel de las cubiertas, de uno de los mejores monumentos neoclásicos provinciales, como es su Iglesia Mayor dedicada a su patrón: San Juan Bautista. Trazas comenzadas por Torcuato Cayón de la Vega en 1773 y seguidas, como toda la producción del maestro, por su ahijado y discípulo Torcuato José Benjumeda, el mejor arquitecto neoclásico gaditano del XVIII y XIX, hasta su muerte en 1836. Más tarde ni se terminaron bien, ni se mejoraron las obras. Tenemos hoy un proyecto para terminar las torres, tal cual fueron pensadas.

Chiclana ha pasado de ser una colonia veraniega de los comerciantes de la metrópolis en los ricos siglos anteriores, a constituirse en la urbe con mayor proyección económica de la Bahía en estos últimos años. Hasta que recientemente nos para por nueva invasión otro nuevo sangriento ejército, esta vez sin cara: la crisis. Chiclana no sólo ha sabido dar el salto de carpintero a fabricante de muebles, de vinatero a productor moderno, de hortelano a emprendedor masivo de calidad, o de constructor de chalecitos a proyectos turísticos de gran solvencia y respeto. En las últimas décadas, ha sabido transmitir las mejores y más seguras sensaciones, más allá de nuestro agradable, propio y acusado acento lingüístico.

Parece lógico aceptar, como importante acción popular liderada por su Ayuntamiento actual y anteriores, con un nuevo proyecto urbano en función de la realidad y la fuerza social de sus ciudadanos, que se puedan terminar las torres de su mejor arquitectura. Porque entre otras cosas, terminar los campanarios de su Iglesia Mayor de San Juan Bautista, tal como eran, ya que además se tienen los planos auténticos, no es nada arriesgado o «antipatrimonial», y más cuando lo merece la perspectiva de su nueva Plaza Mayor. La reciente historia, que hizo monumento BIC al edificio el 16 de Abril de 1975, hace tan solo 34 años (San Juan Bautista tiene ya casi 236), al poner recelos sobre la viablilidad de este proyecto de terminación de la Iglesia, teniéndolo aprobado el Ayuntamiento, Obispado, Parroquia, colectivos económicos y culturales, puede estar confundiendo una arquitectura inconclusa de torres y linterna, con el monumento a una guerra de hace 200 años. No olvidemos que los franceses se tragaron las cuentas de las obras para la paja de sus caballos, al utilizar como cuartel y cuadras la propia Iglesia, y no creo que la historia justifique la declaración de algún monumento, en la falta de sus torres, por no disponer de presupuesto. La historia siempre tiene la bondad de contar las cosas cuando estas ya se han producido. Incluso cuando no lo sabe, inventársela, sin que ello produzca ninguna ruina o juicio sumarísimo. El patrimonio siempre es arquitectura contada. Sin embargo, la arquitectura, para ser ella misma, debe aparecer en diseño, materia y forma, arriesgarse a ser, incluso si sigue siendo Iglesia, con sus torres y linternas. Valga como ejemplo reciente la irresponsable situación y el vergonzante nulo remate de la Catedral de Cádiz, víctima estética también desde 1998, de la incapacidad de pactos (muy a la moda) entre instituciones (yo creo que entre personas) siendo la Dirección General de Bienes Culturales de la Junta, la que quiere, al igual que en Chiclana, las torres, terminar la linterna de la mejor Iglesia Mayor de Cádiz.

No sé si los tiempos para el Patrimonio y los Bienes Culturales tienden mas, -por presión o incombustibilidad-, hacia el menor riesgo posible en sus decisiones, que a la verdadera protección de estos bienes. Es como la enterrable batería puertorealeña en las importantísimas defensas del Puente de Suazo, del pobre Duque antes citado, el único verdadero patriota de 1810, -muerto solo en Londres también hace exactamente 200 años el pasado día 18-, tapada en parte para que no se vea su arquitectura, como se tapa la verdadera historia de su homónimo y auténtico héroe del Bicentenario. Lo que no se debe es esconder la arquitectura y la historia que se sabe, sin dejar que ambas se presenten y cuenten con dignidad, completas y ciertas, como la que quieren en su Iglesia Mayor mi pueblo: arquitectura indefensa pero real, y no historia rara pero tapada.