Gato por liebre
La tentación de lo políticamente correcto filtra y banalizas las representaciones públicas del pasado
Actualizado:La voluntad de agradar, en los medios, juega malas pasadas. Pongamos un ejemplo lejano porque algunas cosas se ven más claras de lejos que de cerca. El caso es el siguiente. Un programa mañanero de la televisión italiana, todo sonrisas y buenos sentimientos. Un experto en «cultura gastronómica» -un tal Bigazzi- narra con una buena dosis de folclore que por carnaval, en su pueblo, quien no tenía para carne, se comía al gato. Y explica que para afinar el color de la carne se tenía al bicho despellejado un par de días bajo el agua fresca de la fuente. Como consecuencia de tan tenebroso relato, la dirección del medio decide prescindir del personaje que tuvo semejante desliz.
Ni que decir tiene que me gustan por igual los gatos, los ciervos, las ballenas y hasta los cerdos, aunque no me los comería todos, al menos en las mismas circunstancias. No entraré, por prudencia, en la espinosa cuestión de los derechos de los animales y confieso que no solidarizo lo más mínimo con el experto que perdió su minuto de gloria diario. Tampoco me voy a detener en el mensaje represivo que se desprende de la inmediata reacción del medio: el que se vaya de la lengua. a la calle. Y ni siquiera protestaré por la falta de coraje de quienes se pliegan sin más al (presunto) clamor de una sociedad civil dispuesta a rasgarse las vestiduras en defensa de los lindos gatitos, o de cualquier otra causa políticamente correcta.
Lo que no acierto a entender es cómo alguien puede considerar inoportuno decir en voz alta que, sólo ayer, la gente pasaba necesidades y que, se terciaba, entre bromas y veras, hacía pasar gato por liebre. ¿Era un mundo primitivo? ¿Eran bárbaros? Resulta desconcertante la resistencia a imaginar un mundo en que los gatos no se alimenten de productos biológicos. ¿Qué es lo que ha pasado para que seamos incapaces de rescatar y tengamos que silenciar lo que hasta ayer formaba parte de nuestra experiencia cotidiana? ¿Nos hemos vuelto más racionales o más simples? ¿O acaso hemos aprendido a relacionarnos mejor con el entorno? No me lo parece. Lo único que ha cambiado es que ahora tenemos un nuevo dogma: los gatos no se comen. ¿Gatos? ¡Qué horror! ¡Y menos en horario infantil!
Alguien se consolará pensando que esas cosas sólo pasan en lugares lejanos. No nos engañemos. El mecanismo funciona igual en todos lados. Los hechos públicos salen preconfeccionados desde la fuente, cargados de interpretaciones incuestionables. Pero mientras no se note, todos contentos. Mientras no salga alguien al que se le ocurra poner las cosas del revés, adrede o por casualidad, nadie se parará a pensar si también por estos lares había gente que se dedicaba a dar gato por liebre.