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José Blanco, el guardaespaldas
El ministro de Fomento asiste entre complacido e incómodo a las quinielas que le sitúan como futuro vicepresidente primeroLa designación del triunvirato negociador del 'pacto anticrisis' dispara las especulaciones sobre un próximo cambio de Gobierno
Actualizado: GuardarQue se iba. Corrieron ríos de tinta en los días finales de la legislatura pasada sobre el futuro del entonces secretario de Organización del PSOE, José Blanco. Que no quería eternizarse en la política, que sus aspiraciones estaban ya colmadas, que quizá era el momento de dar el salto al sector privado. Fue él mismo quien dejó caer que ya había interiorizado su marcha tras ocho años desempeñando la misma función: hombre fuerte de José Luis Rodríguez Zapatero, capaz de tener al partido en un puño. Pero no sólo no se fue. Su ascenso, en este período, ha sido continuo.
En menos de dos años, y cuando su formación está a la baja en las encuestas, Blanco ha subido dos importantes peldaños en el escalafón del poder político. Primero, en el 37 Congreso del PSOE celebrado tras las generales de 2008, fue nombrado vicesecretario general del partido, un cargo que no existía desde los tiempos del todopoderoso Alfonso Guerra, y apenas un año después Zapatero le llevó al Gobierno para armar políticamente a un gabinete excesivamente técnico que se mostraba ineficaz para ganar la batalla de la opinión pública en tiempos de zozobra económica.
El hecho de que el presidente del Gobierno haya vuelto a recurrir a él para integrar la comisión que se encargará de negociar con el resto de fuerzas políticas los cuatro acuerdos propuestos por el jefe del Ejecutivo en el debate parlamentario del pasado miércoles le ha elevado a los titulares. Zapatero esgrimió que su presencia en esta célula, junto a la vicepresidenta económica, Elena Salgado, y el titular de Industria, Miguel Sebastián, se debe a que los tres « son los miembros del Gobierno más directamente concernidos con las reformas». Pero, en realidad, cuesta ver la relación de la cartera de Fomento con los temas de debate.
La razón verdadera es otra. La explica una de las pocas personas que asisten cada lunes a las reuniones de 'maitines' en La Moncloa, donde se trató este asunto: «hacía falta dotar de peso político a una comisión que de otro modo habría tenido un perfil casi exclusivamente técnico». Es precisamente este hecho el que ha dado pie a interpretar que la vicepresidenta primera, María Teresa Fernández de la Vega, ha quedado arrinconada. Lo cierto es que la 'número dos' del Gobierno nunca ha tenido exactamente este tipo de cometidos tan de partido. Ni siquiera está afiliada al PSOE.
No es que no haya fraguado acuerdos con los grupos, ni que jamás se haya remangado para sellar un acuerdo parlamentario. Pero lo suyo es sacar adelante cuestiones concretas, más relacionadas con el desarrollo del programa de Gobierno que con las piruetas o grandes estrategias del tablero político. En todo caso, si la tesis de que Fernández de la Vega está de capa caída ha cobrado fuerza es porque se produce en el contexto de una expectativa general de cambio.
Los socialistas aguardan una crisis gubernamental a la vuelta de la presidencia de turno de la UE, que acaba en junio. Y su nombre lleva tiempo en las quinielas como titular de salida. Tampoco es la primera vez. La diferencia es que ahora es ella la que transmite menos afán por continuar en el cargo. En el partido y en el Gobierno ha encontrado siempre importantes opositores, pero a pesar del ascendente que todos ellos puedan tener sobre Zapatero, éste siempre ha acabado reforzándola. En el arranque de la legislatura se puso al frente de cinco comisiones delegadas del Gobierno (inmigración, cambio climático, igualdad, cooperación al desarrollo y política autonómica). Y tras el cambio de gabinete del pasado año sumó a sus cargos de ministra Portavoz y ministra de la Presidencia el control de la Función Pública que, en principio, debería haber correspondido a Manuel Chaves.
Es un hecho, aún así, que Zapatero detectó una carencia en el aparato de comunicación del Gobierno en cuanto la crisis empezó a pasarle factura. En el PSOE fue una constante la queja de que el presidente se sobreexponía demasiado y que no había un cuerpo de ministros capaz de actuar al mismo tiempo como parapeto y amplificador del mensaje. Los dos perfiles más políticos del Consejo de Ministros, Alfredo Pérez Rubalcaba y Carme Chacón, están inmersos en puestos tan institucionales, Interior y Defensa, que tienen poco margen de maniobra. Blanco, en cambio, supo llenar ese hueco. Más que Chaves, de quien también se esperaba cierta labor de portavocía. Como en su día hizo en el partido, ha dado un paso al frente y con ello ha asumido el riesgo de ser quien asuma los golpes. Como todo buen guardaespaldas.
Lavado de cara
En menos de dos años, el hoy ministro de Fomento, ha dado un vuelco a su imagen pública. En todos los sentidos. Adelgazó 12 kilos, cambió peinado y gafas, refinó el estilo y, sobre todo, encontró otro tono. No el personaje agresivo y bronco que cada lunes tras las ejecutivas del partido repartía 'estopa' a sus rivales, sino otro mucho más conciliador con el que ha conseguido domesticar incluso a la misma Esperanza Aguirre, que acusaba al Gobierno de Zapatero de ahogar económicamente a Madrid o al presidente de la Comunidad Valenciana, Francisco Camps.
Quienes han trabajado con él achacan su éxito a tres factores: "un gran olfato político, una lealtad extrema y una enorme capacidad de trabajo". Blanco -a quien siempre ha perseguido la falta de formación superior- es lo opuesto de la vicepresidenta económica, Elena Salgado, estudiante brillante y concienzuda, ingeniero industrial y economista. Pero cuando habla de Economía, y lo ha hecho mucho desde que llegó a Fomento, nadie se lo toma a broma. Todos saben que Zapatero tiene una enorme confianza en él. Lo que no quiere decir que no haya pegado enormes patinazos.
Estos días el vicesecretario general del PSOE asiste entre complacido e incómodo a los rumores que le sitúan ya como próximo vicepresidente del Gobierno. Él sabe, mejor que nadie, que quienes hoy están arriba mañana pueden estar abajo. Ha visto caer a muchos (Pedro Solbes, Jesús Caldera, Jordi Sevilla, Ramón Jáuregui ...). Sabe también que a Zapatero no le gusta ser previsible y que comparte eso que a él tanto le gusta repetir: «las estrategias no se cuentan, se ejecutan». Y, si se intuyen, malo.
La política es ciclotímica. Pero también es cierto que hasta ahora Blanco ha demostrado la rara habilidad, que también posee Rubalcaba, de saber mantenerse siempre a flote. A pesar de los errores, que los ha habido. Aunque fanfarroneara de que él dirigiría la campaña de las autonómicas y municipales de 2011 para garantizar su éxito, ha estado al frente de varias contiendas fallidas (sin ir más lejos las locales de 2007) y este verano fue el protagonista de todo un sainete del desconcierto cuando anunció una subida de impuestos para las rentas más altas que luego convirtió en «reflexión abierta» y que desembocó en un aumento del IVA.
Hasta ahora, aún así, ha sido muy útil a Zapatero porque, según afirma un ex colaborador, sabe crear «buenos equipos» y «repartir juego» y, además, es muy «resolutivo». Su estreno en el partido fue un conflicto en el PSOE de Asturias, una batalla a cuenta de Caja Astur entre el presidente, Vicente Álvarez Areces, y el sector 'guerrista' que resolvió en menos de 48 horas. «Se encerró con los implicados y no salió de allí hasta que hubo un acuerdo», evoca este dirigente. Su golpe de efecto en el Gobierno ha sido el decreto de bajada de sueldo para los controladores. Sin contemplaciones. «El Reagan socialista», dicen con sorna elogiosa en la oposición. Y eso es lo que el jefe del Ejecutivo requiere ahora de él. Algo que nadie en su gabinete, salvo el ministro del Interior, podía haberle dado. No es casual que las negociaciones con los grupos políticos vayan a celebrarse en su ministerio.
Segunda fila
La foto de la comisión constituida este jueves sólo ha puesto de manifiesto algo que ya era palpable. En el área económica del Gobierno cuentan tres. El ministro de Trabajo, Celestino Corbacho, se ha esmerado en explicar que su cometido está en algo tan importante como sacar adelante la reforma laboral y la de las pensiones, pero ni la propuesta gubernamental para la reforma de la Seguridad Social es de su agrado ni el Ejecutivo considera que tenga que intervenir, más que en función de arbitraje, en el diálogo social de patronal y sindicatos.
El hundimiento del sector inmobiliario ha venido acompañado del ocaso de la ministra de Vivienda, Beatriz Corredor, que antaño llegó a sonar como 'tapada' para la alcaldía de Madrid. Y por más que la I+D+I sea un pilar básico de la estrategia de economía sostenible que ahora se quiere pactar, no hay rastro de la titular de Ciencia e Innovación, Cristina Garmendia, quien ya sufrió un varapalo en la anterior remodelación gubernamental cuando se le arrebató el área de Universidades. Elena Espinosa, la ex de Agricultura y hoy ministra de Medio Ambiente, Rural y Marino, es un caso distinto. Pese a que pasa inadvertida, nadie la cuestiona.
Tampoco es que Sebastián forme parte, exactamente, del núcleo duro de Zapatero. Basta una anécdota para ilustrarlo. El pasado abril, pocos días después de la crisis de Gobierno, un grupo de ministros se reunió a celebrar con una comida que se había salvado de la quema; en algunos casos contra su propio pronóstico. Eran los de segunda fila. Los que no se habían enterado de nada hasta que no lo tuvieron encima y entre ellos estaba el ministro de Industria, también la de Ciencia y la de Vivienda, Corbacho y la ministra de Igualdad, Bibiana Aído.
El carácter netamente económico del nuevo movimiento de Zapatero deja fuera de foco a otros miembros del Ejecutivo. Aunque los socialistas señalan también otros valores al alza. «A Trini -dicen de la ministra de Sanidad, Trinidad Jiménez-le refuerza la gestión». Pero para quien exclusivamente hay parabienes es para un 'outsider' de la política, el ministro de Educación, Ángel Gabilondo, en quienes hay puestas enormes esperanzas para alcanzar el Pacto por la Educación.