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Los alumnos del instituto coruñés, en una protesta por la actitud de la SGAE hacia su representación de 'Bodas de sangre'. :: FUCO REI
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«¿Para qué se meten en obras de niños y actos solidarios?», se pregunta uno de los últimos enfrentados con la SGAE

:: CARLOS BENITO
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Resulta muy tentador convertir a los inspectores de la SGAE en personajes de tebeo. A fuerza de leer noticias controvertidas sobre esta entidad, buena parte de la sociedad española se ha ido dibujando un curioso estereotipo de quienes llevan a cabo su trabajo de campo: se los imagina grabando banquetes de boda a los que no están invitados, husmeando por bares -y por peluquerías, y por hogares del jubilado, y por pastelerías- para escuchar si tienen la radio puesta, rastreando las agendas de internet en busca de eventos benéficos y fiestas de barrio... y, si pasamos definitivamente al chiste ya clásico, acechando tras las cortinas para ver si alguien se atreve a cantar en la ducha alguna pieza que implique pago de derechos.

Evidentemente, se trata de una visión exagerada. La Sociedad General de Autores y Editores, principal entidad de gestión de los derechos de propiedad intelectual en España, desarrolla la mayor parte de su tarea de manera rutinaria, burocrática, recaudando y repartiendo los devengos que corresponden a sus casi 100.000 socios y a las 160 sociedades extranjeras con las que mantiene acuerdos. Su función podrá gustar más o menos -basta 'googlear' sus siglas para comprobar que lo habitual es lo segundo-, pero la SGAE suele pasar inadvertida hasta que, cada cierto tiempo, una intervención suya parece colisionar de frente con el sentido común. Sus responsables argumentan que ellos aplican escrupulosamente la ley, achacan las polémicas al desconocimiento sobre la propiedad intelectual y se lamentan de su mala imagen, pero actuaciones como las recogidas aquí -las cuatro, del último mes- hacen pensar si no convendría replantear algo en todo este asunto.

Los alumnos del instituto público Zalaeta, en La Coruña, suelen organizar todos los cursos una función de teatro, pero la de este año tenía algo especial: el Ayuntamiento les había invitado a hacer una representación en el Fórum Metropolitano, una sala 'de verdad'. Desde septiembre, una treintena de alumnos de entre 14 y 17 años han dedicado las tardes de los viernes y las mañanas de los sábados a ensayar su versión de 'Bodas de sangre', la tremenda tragedia de Lorca. Y parece que los personajes han acabado contagiándoles algo de su desventura.

«A falta de quince días, la SGAE nos dijo que teníamos totalmente prohibido llevar a escena la obra», recuerda el director del centro, José Toba, todavía con el pasmo en la voz. La delegación de la entidad en Santiago les explicó que una compañía tenía en exclusiva los derechos de representación de 'Bodas de sangre', sin aclararles siquiera cuál. «Tuvimos que recurrir al Ministerio de Cultura, que nos especificó que se trataba del Centro Dramático Nacional. Ellos mismos se escandalizaron y nos mandaron la autorización, pero aun así teníamos que pagar 95 euros». Al estar programada fuera del instituto, la SGAE entendía que ya no se trataba de una obra de teatro escolar y, por tanto, había que abonar los derechos correspondientes a los herederos de García Lorca, puesto que las obras del autor granadino no pasarán al dominio público hasta que transcurran 80 años de su muerte.

«Es un atraco, un abuso y, sobre todo, una maldad increíble. ¡No somos una compañía, sino un grupo de niños! Todo lo pagamos con aportaciones del centro y las familias, haciendo milagros y recortando de la calefacción o el teléfono. Y lo peor ha sido el silencio escandaloso de las autoridades», se queja Toba, que estaba dispuesto a seguir adelante con la obra «sí o sí». Manuel Fernández Montesinos, sobrino del poeta, renunció finalmente a los derechos y se sumó al estupor general: «Afirmo rotundamente que hay casos en los que cobrar los derechos de autor no está del todo justificado», declaró. El disgusto ha llevado al director del instituto a preguntarse cuál será el siguiente paso: «A lo mejor no puedo hacer una representación de textos dramáticos en mi clase. Y, pasado mañana, ni siquiera podré explicar Lorca, porque invadiré algún derecho. Alguien tiene que parar esto: dicen actuar en nombre de la cultura pero, en realidad, se la están cargando desde la base».

Los partidos en el campo del C. F. Badalona se han vuelto menos vistosos, menos solemnes. Hasta finales de enero, los jugadores saltaban al césped recibidos por el himno del centenario del club: «Ya se siente el clamor del gol, / ya se enciende todo el campo al sol. / La gaviota al vuelo, / Badalona al viento». El equipo, ahora en Segunda B, se fundó como Football Bétulo Club en 1903, cuando el balompié era una fascinante novedad que habían traído a Barcelona los trabajadores ingleses. Un siglo más tarde, en 2003, la junta directiva decidió celebrar la ocasión con un himno conmemorativo, encargado a un compositor, un letrista y un arreglista badaloneses que se prestaron a colaborar de manera altruista.

Pero, al final, el autor de la melodía no cedió los derechos de su obra. Y, hace unos meses, llegó la SGAE con la receta: «No se trataba sólo del himno, sino también de la música ambiental que se ponía antes de los partidos y en el descanso. El trato fue bueno: mientras pagues, no hay problema», relata Enrique Procas, miembro de la junta. El equipo negoció abonar unos 1.500 euros, pero a partir de ahora no está dispuesto a apoquinar la cantidad -entre 90 y 110 euros- que le exigen por cada reproducción del himno. En el campo del C. F. Badalona, ya no habrá más himno que el que canten los hinchas: «Y ojo, porque en Mestalla había unas charangas que amenizaban los encuentros y tuvieron que dejarlo», recuerda el portavoz.

«Nosotros somos un club modesto, sin ánimo de lucro, y nuestro espectáculo es deportivo, no musical. Esto es fútbol, no un pub o una discoteca donde la gente venga a bailar, así que nos hemos plantado», resume Procas. ¿Qué habría pensado de la situación el fundador del club, ese Francesc Viñas Bosch de las fotos en blanco y negro, músico además de atleta? «No lo sé, pero la verdad es que podría haber compuesto la música él, así nos habríamos ahorrado todo esto».

El terremoto de Haití conmovió el corazón del mundo. En Cambre, cerca de La Coruña, siete asociaciones de vecinos decidieron aliarse para hacer algo por las víctimas y, cómo no, recurrieron a lo más efectivo para sacar dinero en este país: una buena fiesta, una jornada de romería con sus orquestas y sus 'gaiteiros'. «Buscamos empresas que pusieran la carpa, la carne, el pulpo... Dos orquestas se ofrecieron a tocar gratis y hasta la Coca-Cola y la Estrella de Galicia nos dieron la bebida. Sólo tuvimos que pagar los licores y unas camisetas para vender», repasa Víctor Velo, de la asociación del barrio de Pravío.

No contaban con la inflexible normativa de la SGAE: en caso de concierto solidario, hay que solicitar la exención de derechos con un mes de antelación. «¡Pero la romería era el 30 de enero y, un mes antes, no había terremoto en Haití!», aclara Velo con la firme voz de la lógica. Como las orquestas sólo tenían libre esa fecha, los vecinos accedieron a entregar los 243 euros con 60 céntimos que les reclamaban, pero después se retrataron con la factura y enviaron la foto a los medios. «Poco después, la SGAE se puso en contacto con nosotros para 'donarnos' el dinero que acabábamos de darle», sonríe el portavoz. Más allá de ironías, la entidad aclara que esa cantidad, de pago inexcusable, acabó saliendo de sus propios fondos.

La fiesta fue un éxito, con sesión vermú de la Fania Blanco Show y el Dúo Ciclón, banquete de churrasco, pulpo y filloas, actuación del Mago Pablo, gran verbena y fuegos artificiales. «No tuvimos suerte con el tiempo, pero acudió bastante gente. Se reunieron personas que no se conocían de nada y trabajaron juntas como amigos de toda la vida. Y conseguimos ocho mil y pico euros para Haití». ¿Vieron por allí a alguien de la SGAE? «No, no identificamos a ninguno. De todas formas, le diré una cosa: nuestras asociaciones organizan las fiestas de sus pueblos y pagan lo que hay que pagar. Nadie está en contra de eso. Pero, ¿para qué se meten en festivales solidarios y obras de niños? Ellos mismos se buscan la mala fama».

Carlos García, el presidente de Casa Chile Alicante, aún se sorprende de que la SGAE llegase a reparar en su modesto homenaje a Salvador Allende, anunciado para el 16 de enero en Onil. «¿Acaso tienen a miles de personas rastreando webs?», se pregunta. El acto, de entrada gratuita, era similar a otros muchos que ha organizado su pequeña asociación: una charla de Vicent Garcés, que fue asesor del Gobierno de Allende, unos bailes folclóricos, unos poemas de Pablo Neruda y una proyección de imágenes de Chile con música de Víctor Jara. «Vicent venía de Valencia a Onil por su cuenta, sin cobrar, y nosotros invertimos en estos actos dinero de nuestro bolsillo y tiempo de nuestra vida», aclara.

Cinco días antes del homenaje, la SGAE se puso en contacto con la Casa de Cultura de Onil, a la que reclamó el programa del evento con vistas a preparar la factura. «Nos explicaron que había que pagar los derechos por la música de Víctor Jara. Y después añadieron que también por las 'canciones' de Neruda, así lo dijeron. Para no complicar las cosas al Ayuntamiento, decidimos suspender».

En Chile, la Fundación Víctor Jara recibió la noticia con estupefacción: «Realmente nos parece extraño», valoraron, atribuyendo lo ocurrido a un posible «exceso de celo burocrático». El presidente de la asociación alicantina estudia ahora la mejor manera de organizar los actos por el bicentenario de Chile sin perder dinero a cada paso: «Esto me parece totalmente absurdo, la ley está mal hecha -se lamenta-. Si uno de sus objetivos es difundir las obras, en cierto modo tendrían que pagarnos ellos a nosotros».