El frío y la amenaza de lluvia frenan el desmadre en la noche clave del Carnaval
La ciudad registró una afluencia de casi 350.000 visitantes, cincuenta mil menos que el año anterior
C ÁDIZ.Actualizado:Cádiz siempre presume de su resistencia heroica. En 1810 ni un gabacho fue capaz de superar las Puertas de Tierra. Para orgullo de los gaditanos, mientras las tropas de Napoleón peleaban por penetrar en el pequeño istmo, 'con las bombas que tiraban los fanfarrones' las gaditanas se hacían tirabuzones. Pero los tiempos han cambiado. A Cádiz ya no le apetece quedarse sola y menos si es para disfrutar de la fiesta del Carnaval. Esta vez, los invasores no llegaron por mar, utilizaron el tren y los autobuses. Una oleada de 350.000 visitantes -50.000 menos que el año pasado- de la provincia y distintos puntos de Andalucía armados con disfraces, manzanilla y mucha juerga.
Aunque no se pueda negar la mayor con las tradicionales borracheras y peleas, lo cierto es que el buen ambiente dominó durante la gran noche de este Carnaval 2010. El frío -con mínimas de 4 a 8 grados- y el temor a los lamentables altercados del año anterior hicieron que la noche transcurriera sin grandes sobresaltos, para la tranquilidad del Ayuntamiento, prevenido para lo peor que pudiera ocurrir. La noche que arrancó bien pronto. A las 19 horas, comenzó el goteo incesante de visitantes de la provincia y del resto de Andalucía que colapsaron la plaza de Sevilla, antes de dispersarse por los distintos puntos de la ciudad. Entre la marea humana, Jose y su grupo de piratas puertorrealeños desembarcaban directamente del Caribe para disfrutar de la gran noche.
Con el traslado de la estación de autobuses a las inmediaciones de la plaza de Sevilla y la presencia de estación de trenes, la noche del sábado sirvió como gran ensayo de la futura estación intermodal. Hasta 200 autobuses se acercaron a la zona a dejar a unos coloridos visitantes para después trasladarse a los aparcamientos de autobuses habilitados en Astilleros y San Felipe Neri.
Feudos gaditanos
De forma improvisada, la ciudad quedó dividida por una línea imaginaria entre los que tenían ganas de escuchar y los que simplemente venían a beber. A La Viña -feudo de gaditanos por excelencia- este año se sumó la Plaza de la Catedral y la de San Antonio. En los tres lugares pudieron escucharse coplas de Carnaval sólo aptas para los más carnavaleros. Sin embargo, las tres zonas sólo se llenaron a partir de las 11 de la noche. Al filo de la media noche, comenzó una ruta turística y festiva que conectó las tres zonas con la calle de la Torre, los Callejones y la calle San Juan y Ancha como nexos de unión. La Plaza de España y Mina quedaron como zonas exclusivas de botellón que se llenaron más tarde.
En el caso de La Viña, los gaditanos ganaban por mayoría en la ecuación de personas por adoquín. Este año, la cuna del Carnaval contó con un plus de comodidad. Fue posible separar los brazos del cuerpo e incluso preparar un cubata sin mancharse (actividad sólo apta para los más hábiles). Algo más difícil era hablar sin ser abroncado por los que tenían ganas de escuchar lo que estaba pasando sobre el escenario de los tablaos. Una vez terminadas las actuaciones desapareció el interés por la zona y La Viña quedó despoblada al filo de las dos de la madrugada.
Conforme el visitante se alejaba del centro viñero, el interés por escuchar decrecía proporcionalmente. En la Catedral, pocos de los presentes prestaban atención al cuarteto de Ángel Gago -«gracias por su atención señores», apostilló con ironía el cuartetero-. Allí, la movida se extendió más allá de las dos de la madrugada. Y con ella, los primeros problemas con el alcohol.
En la calle San Juan el reloj aún no marcaba la una de la madrugada cuando dos guardias napoleónicos -Fran y Daniel- de Málaga hacían un receso en su guardia carnavalesca para sentarse en un escalón. Mientras Daniel se debatía entre vomitar o no, Fran se dedicaba a ligar con un pollo amarillo que pasaba por la zona. No hubo suerte con la chica recubierta de plumas y se tuvo que quedar con su compañero a esperar hasta las seis de la mañana al autobús que los llevaría a Málaga.
En San Antonio si vivió un ambiente muy similar al de la Plaza de la Catedral: los que pegaban el oído se situaban cercanos al escenario. Aunque se mantuvieron con público con más o menos éxito durante la madrugada, en ningún momento se registraron grandes llenos. Entre la marea humana de disfraces los claros facilitaban la movilidad.
Aparcar, misión imposible
Las aceras desaparecieron y la pintura amarilla de los bordillos y las señales prohibitivas se hicieron invisibles. Este fenómeno tan paranormal como molesto para el peatón se vivió en la madrugada del domingo -y buena parte del día-. La falta de aparcamientos y las grandes obras para el Doce se cristalizaron en estacionamientos imposibles y constantes actuaciones de la Policía Local y la grúa municipal. En las inmediaciones de la Avenida de la Bahía, los cochas se agolpaban sobre las aceras e incluso en la propia calzada, impidiendo el paso de los autobuses de línea. Mientras un Policía se dedicaba a poner multas, la grúa retiraba los coches peor situados.
El patio de la antigua Casa del Niño Jesús se convirtió en un improvisado depósito municipal. Destino de soliviantados propietarios de automóvil que a la hora de marcharse se encontraron su coche convertido en una pegatina fosforescente. De todas formas, la menor asistencia de visitantes hizo que «fuera innecesario tomar medidas alternativas previstas para el tráfico», como aclararon fuentes municipales a la mañana siguiente.
En cualquier caso y para tranquilidad municipal, el primer tramo de la noche se saldó sin grandes problemas. Aún quedaban horas para el final de una noche que se antojó tranquila y que deja la puerta abierta a una transformación en la tendencia del Sábado de Carnaval. Habrá que esperar al año próximo para saber si esta relativa tranquilidad de la gran noche de Cádiz es circunstancial o irá a más en próximas ediciones.