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La niña del americano vuelve a Casas Viejas

DANIEL PÉREZ
BENALUP-CASAS VIEJASActualizado:

Una niña americana y judía finge que reza en la iglesia del pueblo. «¿Quién es Jesucristo?». Mueve los labios cuando toca el Padre Nuestro. Le dan miedo las heridas del hombre crucificado, la sangre que brota, su expresión de abandono, la corona de espinas. Tiene nueve años y no entiende la ceremonia. Hace frío. Le duelen las rodillas en el reclinatorio. No confiesa sus pecados, ni comulga. A finales de los 60, en la Andalucía profunda, llama la atención de los vecinos.

Se llama Carla Mintz. Su padre, ‘El americano’, hace fotos y habla con los parias, con los jornaleros, con los anarquistas, con los proscritos. Viven en una casita encalada. En mitad del patio, rodeado de geranios y madreselvas, tienen un limonero.

A veces salen a pasear por el campo, o tiran la caña al río. Es una niña feliz. Muy feliz.

Carla, ahora, con 46 años, recuerda la primera vez que pisó Casas Viejas. Su madre escribió que parecía un lugar abandonado y polvoriento. Que se hizo pronto a la costumbre nerviosa de mirar a derecha e izquierda, por si alguien les vigilaba. Nunca le preguntó a su padre por qué habían cambiado Indiana por aquel rincón perdido del Sur de España. Era un hombre discreto, silencioso, ensimismado. «Lo entendí después», dice. «Y le di las gracias».

Jereome R. Mintz llegó a Benalup para documentarse sobre una tesis íntegramente antropológica. Quería recopilar testimonios sobre la experiencia religiosa de los hombres en el periodo convulso de entreguerras. Pero se topó con los Sucesos del 33 y decidió quedarse. «En realidad, la revuelta anarquista de Casas Viejas contenía todos los elementos que a mi padre le interesaban desde el punto de vista académico y humano: marginación, revuelta, represión, memoria y olvido...». Cambió el objeto principal de sus estudios y acabó por firmar el trabajo más fiable, directo y contundente sobre los acontecimientos que trastocaron el curso de la Segunda República y, por defecto, la historia de España.

Motivos pesonales

«Mi abuelo había huido de Rusia para evitar los ‘progroms’ contra el pueblo judío. Emigró a los Estados Unidos, sin nada más que juventud y músculo, y allí se buscó la vida. Trabajó en lo que pudo, ahorró algún dinero y consiguió comprarse un camión. Tuvo que abandonarlo en una cuneta, porque no le llegaba para la gasolina. Mi padre sufrió aquel drama de cerca. Siempre se sintió heredero de aquella lucha, de aquel tiempo de esfuerzos y pérdidas. De ahí le venía la obsesión por conceptos que no estaban del todo bien vistos en los Estados Unidos de los sesenta: justicia, anarquismo, rebelión, marginalidad».

Carla presume de que Jerome R. Mintz fue uno de los pocos intelectuales blancos que se posicionó de entrada a favor de Martin Luther King, e incluso llegó a participar en la famosa Marcha del Millón de Hombres. «Tenía un don especial para que la gente se abriera, le contara, le hiciera partícipe de sus padecimientos». Recién licenciado, durante su corto periplo profesional como periodista, se empeñó en entrevistar a un preso «al que habían acusado de unos crímenes terribles». «La prensa lo había condenado a priori, todo el mundo daba por hecho que era culpable, pero él se negaba a contar su versión de lo sucedido». «Mi padre fue a verlo, en contra incluso de las directrices de sus jefes, y terminó por lograr su testimonio».

Para Carla, el secreto de Jerome estaba en su facilidad «para sentir empatía». «Tenía una paciencia infinita, y por eso aguantó los primeros años en Benalup, cuando nos trataban con desconfianza y él gestionaba sus encuentros con los viejos del pueblo casi en la clandestinidad, siempre en lugares apartados, tomando muchas precauciones».

«Mi madre dice que nunca tuvo miedo por él o por nosotros, pero que le atormentaba la idea de que el Gobierno de Franco pudiera tomar represalias contra la gente a la que entrevistaba». Por eso ocultaba sus notas, sus manuscritos y sus grabaciones. «Y con razón». «Nunca olvidaré el día que vino a vernos a casa un guardia civil. Le preguntó por sus fotografías, que supuestamente ridiculizaban a la gente pobre, y mi padre le dio toda clase de explicaciones. El tipo se fue satisfecho, pero a Jerry le quedó la certeza de que estaba siendo vigilado. Esa noche destruyó varios carretes».

El espía

Para evitar que la Policía le incautara su material de trabajo utilizó toda clase de mecanismos diplomáticos y hasta militares. «A través de la base de Rota, envió a la Universidad sus cintas y grabaciones». «Aunque con los anarquistas españoles nunca llegó a mantener un encuentro formal. Pensaban que era un agente de la OTAN».

Las conclusiones del trabajo de Mintz también llegaron a España de una forma rocambolesca. A mediados de los 80, un médico asturiano, de vacaciones en Estados Unidos, se topó con una edición de ‘Los Anarquistas de Casas Viejas’. La historia le ganó de tal manera que decidió visitar el pueblo. En el bar de Ricardo, el más antiguo de Benalup, los vecinos se dieron cuenta de la importancia del texto. «Así que lo emborracharon, hasta que el tipo aceptó cambiar el original por una botella de vino».

En la trastienda de esa misma tasca, veinte años después, Carla Mintz continúa intentando desentrañar las motivaciones de su padre. «El Holocausto dejó en el pueblo judío una especie de miedo intrínseco al olvido. Puede construirse el futuro desde el conocimiento exhaustivo del pasado, desde la justicia y el perdón. Pero no desde la ceguera o la ignorancia voluntaria. Mi padre aplicó ese criterio a todos sus trabajos, fueran quienes fueran los desheredados».

En 1987, cuando a Jerome R. Mintz le diagnosticaron leucemia y supo que nunca más volvería a recorrer el pueblo al que había dedicado su vida, comenzó a recopilar toda la documentación que no pertenecía estrictamente al ámbito de los sucesos. «Se pasaba los días encerrado en su habitación, con las pareces repletas de anotaciones y fotografías, dominado por la idea de organizar el material, consumido por la nostalgia», cuenta Carla.

Tras su muerte, más de 6.000 fotografías, seis cintas de cine y un sinfín de artículos y reflexiones quedaron a su cargo. Siguen siendo el punto de partida de muchos teóricos e investigadores que intentan descifrar los modos y costumbres rurales durante la España franquista.

«Una vez le pregunté a mi padre por qué lo hacía; por qué llevaba una gorra de jornalero en la Universidad de Indiana, y por qué pasábamos temporadas en España, y por qué habíamos adoptado a un niño coreano». Todas sus preguntas tuvieron una única respuesta: «El ‘Talmut’ dice que si haces bien a una sola persona, estarás salvando el mundo».