Una tragedia griega
Los lobos de la bancarrota aúllan en torno a Atenas. Pero los griegos, como de costumbre, se conforman con vivir día a día
Actualizado: GuardarLakis Lazopoulos, algo así como nuestro Buenafuente en versión griega, lleva años clavando sus puyas a diestro y siniestro. Hace unos días, Lakis se dejó caer por una peluquería para hacer su programa. Allí, entre secadores, rulos y champús, se 'encontró' con una funcionaria del cercano ministerio de Economía. «Como allí todas las sillas están ocupadas y no hay sitio... pues me vengo aquí a pasar el día». Las carcajadas hicieron temblar el plató y a medio país.
Aún hay tiempo para las risas en Grecia, una tierra que no pierde ni el buen humor ni las ganas de vivir pese a verse enfrentada de repente a una crisis económica de consecuencias imprevisibles y lastrada por una deuda de 300.000 millones de euros.
Los griegos son gentes acostumbradas a vivir al día, que entienden la existencia en torno al ágora, los espacios públicos, y que disfrutan como nadie de la charla y de las chanzas con un café frappé entre las manos. Veintiocho siglos de civilización a sus espaldas son capaces de templar cualquier ánimo y de relativizar cualquier alarma. ¿Acaso se echaron a temblar los 300 de las Termópilas ante la amenaza de los persas? Pues eso.
Para los lobos de las finanzas, sin embargo, nuestros vecinos mediterráneos parecen haber sucumbido a todos los males tras ser devorados por la corrupción. Deslumbrados por Europa, sacudidos por el euro y los oropeles de la modernidad y de las marcas, los griegos se enfrentan a un futuro incierto. ¿A qué les suena la canción?
Son sólo 11 millones de habitantes, con un 10% de emigrantes, la mayoría albaneses y búlgaros. Y cada griego, faltaría más, tiene una opinión al respecto de lo que sucede en su país y del apoyo político brindado por la Unión Europea. V ha preguntado a unos cuantos descendientes de Ulises y Penélope y, también, a españoles residentes en el país. Son unánimes. La vida sigue igual. El lobo aún no ha asomado sus orejas. Al menos, no del todo.
Funcionarios llorones
«El problema de Grecia son los funcionarios. Nadie paga sus impuestos. ¿Para que? ¿Para atender sus sueldos y jubilaciones? Noooo. Los militares y policías se jubilan a los 45 años con sólo haber cotizado 15», clama Ioannis Golias (49 años), responsable de la cadena de restaurantes Dionisios.
Los socialistas del Pasok de Georges Papandreu (hijo del histórico Andreas) acaban de sustituir en el Gobierno a los conservadores de Nueva Democracia encabezados por Kostas Karamanlis, sobrino de Constantinos Karamanlis, primer ministro durante 14 años y presidente de la República Helénica durante otros diez. En Grecia no cambian ni los nombres.
Serán ahora los socialistas griegos los encargados de perforar los nuevos agujeros de la austeridad en el holgado (al decir de las potencias económicas) cinturón de sus conciudadanos.
Con cada cambio de gobierno los griegos asumían una nueva hornada de funcionarios. Aunque ahora pasen las horas en el café, en la peluquería o calentando la silla de otro empleo. Y, antaño, cada renovación ministerial iba seguida de la sustitución masiva de los anteriores empleados públicos. Los griegos, tipos de fino humor, bautizaron la explanada ateniense que rodea la zona de los ministerios con el cruel nombre de 'Plaza de los Llorones'.
Hoy, con la administración estatal ya saturada, las nuevas gateras han sido los ayuntamientos. Y, como en las viejas dependencias funcionariales de sainete nacional (¿o no tan viejas?), la gente aparece para fichar y luego se dedica a sus asuntos.
Aunque el salario medio en Grecia es de 17.000 euros anuales, frente a los 20.000 de España, el pluriempleo y la economía sumergida están a la orden del día y ayudan a parchear las cuentas. Los griegos aguardan al verano como agua de mayo; la catarata de turistas y el dinero fresco suponen un soplo de aire en sus supuestas penurias, el pleno empleo, Jauja en forma de sesentones alemanes y británicos a los que encandilar con ouzo, unos pasos de sirtaki y el dulce sonido del buzuki.
Sonia Ruiz es una catalana casada con un economista griego que vive en Atenas desde hace 19 años. Su mirada es clara. «El impacto sobre la gravedad de la situación económica es mayor fuera de Grecia que a nivel doméstico. Aquí se vive al día, no se planifica. Es malo porque falta estrategia empresarial. Y es bueno porque así se va tirando», señala. Sonia resalta que en los últimos meses han cerrado numerosos comercios en la capital (que acoge al 40% de los griegos) y que los precios de los bienes básicos (y el precio del café con leche -4 euros- es un indicativo excelente) no hacen más que crecer. «La gente vive mucho de fiado, tira de tarjetas y de créditos al consumo. Las familias griegas son las más endeudadas de Europa», señala.
Eso sí, indica, en Kolonaki, el barrio pijo de Atenas, hay saturación de Porsches Cayenne y Mercedes y las chicas («aunque sea a plazos») estrenan cada seis meses los últimos bolsos y gafas de Gucci, Prada y Louis Vuitton. «No habrá para comer, pero para lucir nunca falta dinero», dice.
«Grecia siempre ha sido así. Está en bancarrota, pero se vive muy bien. Casi todos tienen dos empleos: uno legal, por el que declaran, y otro, sumergido», explica Patxi Urzaiz, patrón del 'Christiana VII', un velero de 51 pies con el que se gana la vida en la hermosa Santorini. «Hay que entenderles. Los tecnócratas de Bruselas tratan de hacer entrar a Grecia en los parámetros europeos, pero ellos han ido siempre por libre, a su bola. Grecia se encuentra en el culo de Europa y no puede competir. Poner fábricas aquí no es rentable. Pero es la Meca del turismo, sin fanatismos, sin terrorismos y con una tolerancia plena», indica.
Los fondos estructurales de la UE sirvieron para poco (apenas hay una autopista) y las inversiones millonarias de los JJ OO engordaron los bolsillos de unos pocos. «La corrupción es tremenda y los gastos en Defensa, enormes, más del 5% del PIB. Ahora a un gobierno de izquierdas le va a tocar hacer el trabajo sucio. Se acumulan los despropósitos en la gestión. No hay tejido industrial ni infraestructuras, como se vio en los incendios de hace tres años. Hay mucho descontento y grandes tensiones sociales», explica el navegante.
Por si alguien lo dudaba, crisis es una palabra de origen griego. Más que nada viene a ser una especie de juicio divino sobre las bondades o maldades del hombre. Algo parecido a lo que ha hecho estos días con Grecia el Fondo Monetario Internacional y la UE. «Creo que en Grecia hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, como en España», sintetiza Fotsis Katsikaris, flamante entrenador griego del Bizkaia Bilbao Basket. «No hemos sido capaces de cambiar algunos hábitos: las vacaciones, los buenos restaurantes, la diversión... ¿Qué quiere? Somos así. Pero creo que la gente está al límite aunque la mayoría de los griegos no somos todavía capaces de darnos cuenta de la verdadera situación».
El nuevo gobierno llegado en octubre, explica Katsikaris, lanzó el mensaje de que «la gente tiene que sufrir para salir del agujero». «Estamos desesperados y decepcionados, de ahí la huelga general de esta semana», remacha. «El consumo está cayendo. La gente sale cada día menos y se compra lo justo...», apunta otro hombre del baloncesto, Mihalis Kakiouzis, enrolado ahora en las filas del Aris de Salónica.
Claro que quienes peor lo tienen son los inmigrantes albaneses y búlgaros, «auténticos fantasmas» para el ateniense Giorgios Mazias, tipos que se emplean por días y que cobran 20 euros por una jornada de trabajo, dice. Mazias habla de que en Grecia hoy se vende hasta «el aire», de que apenas se maneja efectivo, de que el miedo al futuro acecha en las esquinas...
Pero en Grecia siempre hay una frase hermosa para conjurar los miedos. «Tus temores son los enemigos de tus esperanzas», escribió alguien. ¿Para qué preocuparse? La tragedia siempre puede esperar.