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Una modelo posa en una de las tienda de la firma Mango. :: BORJA AGUDO
Sociedad

Un imperio en camiseta

El dueño de Mango nació en Estambul y vive en Barcelona. Empezó vendiendo ropa en mercadillos y ahora tiene 1.220 tiendas en 90 países y casi ocho mil empleados, a los que prohíbe que le traten de usted

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Lo que hay por debajo de una camiseta de 9,95 euros es fácil imaginárselo. Pero lo que hay por detrás ya resulta bastante más difícil intuirlo. Casi imposible, aunque igual de sugerente. 8.000 cerebros y 16.000 manos, top-models de medidas perfectas y presupuestos exuberantes, un almacén que dobla las dimensiones del Camp Nou y en el que los movimientos de los robots maravillan tanto como los pases de Messi; casi el mismo número de catálogos por temporada como habitantes tiene España; picassos y mirós tan auténticos como las campañas solidarias de la empresa para ayudar a Haití o investigar el cáncer de mama. Lo que hay detrás de una camiseta de 9,95 euros, en Azerbaiyán, Kosovo, Malasia, Noruega o Singapur, es Mango.

Con veinticinco años de vida y 29 de edad media en la plantilla, la marca catalana está presente en un centenar de países, millones de armarios e innumerables nucas y traseros. Desde los de Penélope Cruz, a los de la mileurista, la ejecutiva, el ama de casa o la universitaria. Incluso doña Letizia se ha rendido a los pies, mejor dicho, a los zapatos y taconazos de la segunda empresa exportadora del sector textil español: el 76% de su facturación se realiza en el extranjero.

Bastante menos que sus prendas, por no decir nada, se deja ver el culpable de semejante colonización estilística: Isak Andic. De hecho, no concede entrevistas a los medios de comunicación y ha llegado a camelar a algún amigo para que se haga pasar por él ante las cámaras. No se esconde. Trabaja. O se divierte, que para este tipo viene a ser lo mismo. «Ya sé que, el día que me invites a comer a tu casa, me recibirás con platos de Zara Home...», bromea en declaraciones a V quien ha prohibido a sus 7.800 empleados que le traten de usted. No le duelen prendas, que por algo vende 90 millones al año, en sudar con ellos la camiseta, el pantalón o lo que toque. De hecho, en el centro de diseño que acaba de inaugurar en Barcelona, el mayor de Europa, Andic se ha reservado un puesto en el extremo de una larga fila de ordenadores. Su tablero es igual que el del becario, pero es cierto que no ocupa una silla cualquiera: la del presidente de Mango, uno de los pocos españoles incluidos en la lista Forbes de las mayores fortunas, es la más baja. También la que mejor simboliza el espíritu de un personaje tan sencillo como singular, en quien lo único ostentoso es su inteligencia y al que parece que lo que más le disgusta de su trabajo es, precisamente, la gloria.

Nacido en Estambul hace 55 años, tenía 16 cuando se mudó a Barcelona con su familia. Su cuna era judía sefardí, pero tardó una sardana en aprender que 'la pela es la pela'. De unas vacaciones en el extranjero trajo un par de camisetas para sus amigos. Sólo que no se las regaló: se las vendió por novecientas pesetas, el doble de lo que le habían costado. El algodón, egipcio o peruano, no engaña: con esto de los trapitos se podía hacer mucha tela. De la verde, además... Así que se puso a tirar del hilo y le salió bordado.

Tras juntar los primeros ahorros, el joven Andic probó a importar de Afganistán ropa de abrigo con labrados cosidos a mano. El género fue creciendo y acabó por desbordar su particular almacén: el maletero del coche con el que recorría España. Tampoco daba para muchas holguras el minimalista escaparate donde exhibía la mercancía: un tenderete de mercadillo.

Bueno, bonito, barato... Si esa era la fórmula universal del saldo, la del éxito tendría que ser un poco más compleja. El cerebro turco-catalán la descifró: calidad, más feminidad, más diseño propio, más imagen coherente y unificada... Igual a 1.440 millones de euros de facturación anual. Para batir marcas había que tener una propia, y quien hoy viaja en avión privado, en un deportivo de parecidos caballos o en un velero preparado para dar la vuelta al globo llamó a la suya Mango.

«Escogí este nombre porque amo la fruta, es lo único que desayuno, y ésta, además, sonaba igual en casi todos los idiomas». Fácilmente digerible y refrescante, resulta que era ella la que se iba a comer el mundo, y a grandes bocados. La primera tienda abrió en 1984 nada menos que en el exclusivo Paseo de Gracia barcelonés. Al año, eran ya cinco establecimientos. En 1992, cien. Hoy suman 1.220 y, cada dos días, se abre de media un nuevo Mango en algún lugar del mundo. Los últimos, en Ciudad del Cabo, Hanoi, Boston, Nantes y Jerusalén.

«Nuestro objetivo es estar en todas las ciudades del planeta». Convertirse en el Dios de la moda, vaya. Para ello, cuentan con su propia agencia, en la que trabajan siete personas «dedicadas exclusivamente a organizar los viajes de nuestros empleados». El 7,8% de las ventas ya se hace en Francia; en Rusia, el 5,7% y en Arabia Saudí, el 2,4%. «Las mujeres musulmanas se compran nuestra ropa para ponérsela debajo del chador», aclara Andic. Y que tiemblen los kimonos, porque el siguiente objetivo es el mercado oriental.

«Todo lo que ganamos lo invertimos en crecer». No hay fronteras para un empresario sin hechuras que ha creado un nuevo estilo de vestir, pero también de trabajar. A cual más práctico, funcional, accesible y cómodo. El Hangar Design Center, inaugurado por el Príncipe en 2007, es ejemplo de ello. 600 diseñadores, ochenta interioristas, 250 informáticos, 40 publicistas, 250 informáticos... conviven en este envidiable lugar de creación con el presidente de Mango, pero también con obras de Picasso, Miró, Barceló, Tapies... No los protegen vitrinas ni se reservan para la sala de visitas o los despachos. Cuelgan desnudos y provocadores en los largos pasillos que recorren los 10.000 metros cuadrados de la nave, ubicada en Palau-Solità i Plegamans, a treinta kilómetros de Barcelona capital.

Allí se diseñan cada año 3.000 nuevas prendas 'casual' y de vestir, bastante menos exclusivas, pero no menos internacionales y rentables que la gran escultura de Jaume Plensa: esa de nombre M que, desde la entrada del Hangar Design Center, advierte de que el arte contemporáneo y las camisetas de 9,95 euros no desentonan tanto. Ambos nacen de la inspiración de un creador y aspiran a gustar.

8 de cada 10 empleados son mujeres

Aunque en 2008 lanzó su primera línea masculina, Homini Emerito, el 98% de los patrones siguen siendo confeccionados para la mujer urbana y moderna. Y por la mujer urbana y moderna: ocho de cada diez empleados de Mango son mujeres. «No para caer mejor a las compradoras, sino porque son mejores», asegura el presidente, partidario de pagar «sueldos superbajos y variables altísimas».

Y por si el económico no fuera suficiente estímulo, se ha habilitado en el área de diseño barcelonés una tentadora sala de descanso, con televisión de plasma, mullidos sofás, la prensa del día y refrescos. Enfrente, un copioso buffé-comedor donde huele a comida casera y se mastica el ambiente de confianza y desinhibición que persigue la empresa. En el mismo pasillo inspira la biblioteca, que recorre la historia de la moda a través de revistas del siglo pasado y una colección de prendas vintage. Tampoco falta una tienda Mango. Es verdad que no se ha montado para que el personal se vaya de compras: sirve de modelo sobre cómo colocar las colecciones. «Mandamos fotos a los comercios reales», que también han sido decorados y proyectados por arquitectos e interioristas de la propia marca.

Si el llamado 'visual merchandising' funciona y las estanterías se vacían, al día siguiente volverán a estar a rebosar. De eso se encarga el nuevo centro dinámico de distribución, cuyo sistema logístico, «el más eficiente del sector», garantiza la reposición inmediata de todas las prendas vendidas. José Sánchez es quien lleva la sartén por el mango, claro, pero poco más. Prácticamente todo funciona de manera mecánica.

30.000 prendas salen cada hora del almacén barcelonés rumbo a 91 países. Las cajas no llevan marca o etiqueta identificativa alguna, porque, aunque sus precios no sean prohibitivos, Mango sí tienta tanto como la manzana... De hecho, incluso está ya en la Gran Manzana neoyorquina.

Quiere ser universal. Máxime cuando, a sus 25 años, ha alcanzado su punto óptimo de maduración... Para Andic, padre de tres hijos, el secreto de llegar a cumplir con tanto éxito estas bodas de plata no reside en la pareja, sino en el trío formado por concepto, equipo y logística. Si a ello se le añaden su trabajo apasionado y su obscena inteligencia, resulta la nueva fruta de la pasión: Mango.