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:: TEXTO: CARLOS BENITO :: FOTOGRAFÍA: HERBERT NEUBAUER/EFE
Sociedad

Disfrazados de sí mismos

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Nuestra idea del carnaval viene a ser lo opuesto de lo que muestra la imagen. Con honrosas excepciones, los españoles nos contentamos con vestirnos de la manera menos elegante posible y hacer el mamarracho a gusto, que es algo muy sano y muy democrático. Pero lo de la foto es Viena y ya saben que los austriacos sienten debilidad por los atuendos de gala y el refinamiento en el estar. El Baile de la Ópera es el momento cumbre de su carnaval, aunque no conviene presentarse con disfraz de Superman o de Trancas y Barrancas. En realidad, en este evento sólo se admite un disfraz, el de rico, con especial predilección por las joyas que ciegan la vista, las insignias con mucha floritura -miren qué bien le queda la cruz al señor del fondo- y el champán sorbido sin ansia.

Con la entrada a 230 euros y los palcos a 17.000, el baile reunió el jueves a un montón de empresarios y banqueros, que se entregaron a su particular danza de contratos y beneficios. También acudieron miembros del Gobierno, cachorros de familias eminentes -incluido un Gaddafi, hijo de... bueno, ya se imaginan- y alguna 'celebrity' invitada, en este caso la modelo Jordan. Estaba anunciada Lindsay Lohan pero perdió el avión, así que la sustituyó finalmente el rubio de Modern Talking, un tipo que no ha dejado de sonreír desde los 80.

Aunque se rendía homenaje a Chopin y Mahler, basta mirar fijamente la foto para ponerse a tararear algún vals de Strauss. Y la cabeza da vueltas, y uno se acaba metiendo en la piel de esos jóvenes que giran con gracia, ebrios de burbujas y fragancias, seguros de que su futuro siempre parecerá un carnaval austriaco.