Tempus horríbilis
Actualizado: GuardarCorren tiempos confusos y horribles, que en la última semana alcanzaron su clímax cuando la sensación de desgobierno, caos y ruina se ha adueñado de una realidad percibida a través de los medios de comunicación de masas, un término desgraciadamente en desuso. Nuestro país, espejo hasta hace nada de crecimiento y riqueza, al borde de la quiebra. Uno no puede evitar sentirse espectador mudo y amordazado, incapaz de detener este inmenso bacará en que se ha convertido la economía global. Jugadores desconocidos y sin rostro libran una partida en la que se juega con la vida, hacienda y esperanzas de un país soberano. Difícil comprender el escenario sobre todo si los políticos no dicen la verdad acerca de su estrecho margen de actuación sobre la economía, asustados por una opinión pública que no está dispuesta a cambiar los viejos clichés sobre la soberanía nacional, sobre todo si algunos políticos están decididos a sacar tajada al precio que sea. Al no explicar pedagógicamente las nuevas relaciones de poder, sólo cabe la demagogia, una espiral a la que todos acaban apuntándose, favorecida por los formatos de los Medios: gana el más cínico, el que oculta o miente con mejor desparpajo.
La economía vuelve por sus fueros, solventada la crisis sin pagar por sus errores y codicia, con los políticos corriendo angustiados a apaciguar las bolsas que mueven las manos enloquecidas de un mercado al que nadie, ni Obama, le ha puesto bridas. El azar y la fortuna ciega se instalan en el gran Casino donde se juega la lotería de Babilonia. La economía es la clave del poder, conservarlo o conseguirlo depende de los mensajes que sobre las causas o los remedios a la crisis se consigan colocar en los Medios. Nadie explica que el margen de la política nacional es tan estrecho como claro: para salir del hoyo unos y otros harán de comparsas, con la diferencia, que no es moco de pavo, de cual es el precio y cuanto tiempo se tardará en salir a flote. El precio que pagan los de siempre y el tiempo que se tarda forman una ecuación de suma cero. La izquierda pretende aminorar el dolor y angustia de los trabajadores y destina ingentes recursos al bienestar social, mientras la derecha quiere detraer de estos fondos lo necesario para que crezca cuanto antes la inversión y con la bonanza mejore, también, el bienestar de los trabajadores. De otras alternativas no hablo porque nadie parece interesado hoy en replantearse nada y el liberalismo parece haber ganado la batalla de las conciencias, por ahora. Para tiempos confusos como estos se inventó el Carnaval, para exorcizar los demonios que nos atenazan, reírnos de nuestras miserias y criticar a los poderosos. Así que ¡Viva el Carnaval!