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Cosmovisión

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Al acuñar Wilhelm Dilthey (1833-1911) el concepto de cosmovisión, me aportó un alivio, pues, antes de leerlo, siempre sostuve intuitivamente, sin ser devoto de la hermenéutica, que la experiencia vital no podía depender de la inteligencia como único atributo, sino que debía basarse, además, en la emoción y la moral. Así, reconfortado por un aval de tal solvencia, mantengo ahora que la cosmovisión, como atributo natural, aglutina a esos tres elementos esenciales. Visitando en Cholula, estado de Puebla, México, la iglesia de Santa María Tonanzintla, se disfruta de un ejercicio de cosmovisionismo excepcional. Hartos los artesanos cholultecas de acatar las pautas de la arquitectura barroca, del taller Churriguera, en la que los ángeles y querubines, lucían tirabuzones, facciones rechonchas blancas, de mazapán sin sexo, fruto de la interpretación celestial del barroco europeo, decidieron 'indigenizar' a los ángeles, representándolos con cabellos densos de seda azabache, ojos de asombro perfilados con bigotera y pieles de cobre aceitunado. Con un vocabulario exhaustivo, típico del 'horror vacui', de terror absoluto al vacío, abarrotan pechinas, arcos torales, frisos, arquitrabes y capiteles con miles de miradas inocentes, aunque agudas, inquisitoriales. Con este mágico ejercicio de rebeldía, de suplantación, contradicen, con gallardía, la imposición de un modelo cosmogónico para ellos invasivo, imperial.

Las aportaciones de las culturas amerindias al mundo de la cosmovisión surrealista, han sido esenciales. Ya quisieran Breton, Soupault, Aragon o Éluard, entre otros correligionarios, incluso los dadaístas, tener la capacidad de creación fantástica de Panchito nuestro albañil perpetuo en Ensenada. En México, cualquier albañil de cualquier etnia es capaz de proponerte, con gran desparpajo artístico, construir una puerta ciega, una escalera que no accede a ningún plano practicable, un pozo en un pretil; en suma, cualquier guiño, cualquier pellizco humorístico que incorpore a la cosmovisión un chispazo animado, lo que, ya que la cosmovisión no es otra cosa, en esencia desnuda, que una teoría de la vida, le aporta a ésta un impulso para ejercerla desde la fantasía creadora. De ahí que Panchito, indio kumiai, viviera en casa proponiendo diabluras todo el día, las que le aprobábamos sistemáticamente, aspirando a encontrarnos, en cualquier momento, incorporados todos nosotros a un decorado de Dalí.

La joya que es América, ese volcán hijo del Cádiz profundo, rectifica a Dilthey, aseverando plásticamente que la cosmovisión, la vida, se configura catalizando la inteligencia, la emoción y la moral, con el aderezo imprescindible del sentido del humor, elementos esenciales del Carnaval de Cádiz, si bien la vida no puede ejercitarse siempre desde la enajenación emocional episódica. La vida es un decurso feraz que como el amar, es una habilidad, no un sentimiento y menos aún una ciencia. Es un artesanado de la ofrenda productiva.