El arquitecto Gutiérrez Soto
Actualizado:Cuando en 1941 el nuevo Estado encarga a Luis Gutiérrez Soto (1890-1977), capitán de Aviación durante la guerra, un emblemático Ministerio del Aire, pregunta a su compañero Pedro Muguruza: «¿Qué estilo se va a llevar ahora en Madrid?». El director General de Arquitectura sugiere como modelo el Monasterio de El Escorial de Juan de Herrera. Gutiérrez Soto dibuja dos bocetos, en uno sigue el consejo de Muguruza; en el otro recurre a un clasicismo canónico. Es el arquitecto alemán Bonatz quien se decanta por la primera propuesta, valorando su presunto casticismo. Así, se construye en la década de los cuarenta el conocido edificio coronado mediante chapiteles importados de Flandes casi cuatro siglos antes. Gutiérrez Soto era un superviviente del efecto devastador que el desenlace de la guerra produjo entre los arquitectos que habían introducido en España el Movimiento Moderno quienes, incluyendo personalidades conservadoras como Secundino Zuazo, apostaron por la República. Los ideales democráticos están en la raíz del estilo que investiga las nuevas tipologías: la vivienda obrera, la escuela pública, los equipamientos populares y los espacios para el ocio y el deporte; coincidiendo con las políticas sociales republicanas. Desmantelado aquel régimen, Gutiérrez Soto teme desagradar a los líderes del bando vencedor y rompe con su propio ideario estilístico. Al final de la guerra en Europa, Franco hace todo lo posible por apartarse de la iconografía de sus aliados vencidos y agradar a las potencias triunfantes que adoptan el Moderno como el estilo propio de las democracias, asociando el historicismo a los régimenes autocráticos. Stalin confirma esa relación, imponiendo un peculiar clasicismo antimoderno. Ya a principios de los cincuenta veremos a Franco inaugurando con orgullo obras rigurosamente modernas; y en la Expo de Bruselas de 1958, la España franquista sorprende al mundo con un pabellón vanguardista que, junto a Ramón Vázquez Molezún, proyecta José Antonio Corrales, sobrino de Gutiérrez Soto y colaborador suyo cuando trabajaba en el Ministerio del Aire.
Liberado de la presión historicista, Gutiérrez Soto que había construido excelentes piezas modernas antes de la guerra (Cine Barceló, Aeropuerto Barajas, Piscina La Isla), recupera un lenguaje personal que contribuye a la modernización de Madrid mediante un inteligente ejercicio de integración del nuevo estilo en los gestos urbanos de la capital. Tan errática trayectoria hacen de Gutiérrez Soto una figura controvertida, si bien la crítica por lo general coincide con el profesor Antón Capitel quien sostiene en 'Arquitectura Española 1939-1992' (Tomo XL de Summa Artis) que cuando hizo peor arquitectura fue en su periodo historicista de los cuarenta, incluyendo el Ministerio del Aire.