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Sociedad

Antílopes en el frente

España trata de frenar la sangría de muertes en Afganistán con los nuevos vehículos blindados, pero los expertos advierten: «La seguridad total es imposible»

PÍO GARCÍA
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E l pasado domingo, el soldado John Felipe Romero Meneses se convirtió finalmente en cenizas. Su cuerpo fue incinerado en Colombia, donde se escribió el epílogo de una biografía demasiado corta, que se inició hace 21 años en Bogotá y que saltó por los aires el 1 de febrero en el desierto de Afganistán, cerca de la base de Qala-I-Naw, a 14.000 kilómetros de su patria natal y a 6.000 de su país de adopción, España, de cuyo Ejército formaba parte. John Felipe Romero marchaba, con otros seis soldados, en un vehículo BMR (Blindado Medio sobre Ruedas) equipado con inhibidores y con blindaje reforzado. No fue suficiente. La guerrilla talibán había enterrado bajo la arena una potente mina anticarro. La explosión acabó con el soldado Romero, que incorporó su nombre a una lista que va haciéndose larga: noventa españoles han caído en Afganistán.

Romero murió como habían muerto antes el cabo Cristo Cabello (octubre de 2009), la soldado Idoia Rodríguez (febrero de 2007) y el paracaidista Jorge Arnaldo Hernández (julio de 2006). Los cuatro viajaban en un BMR y los cuatro quedaron destrozados cuando una de las seis ruedas del vehículo militar español pisó una mina escondida en la tierra. Los automóviles han ido incorporando nuevas medidas de seguridad, pero los talibanes cada vez emplean bombas de mayor potencia. Cuatro kilos de explosivo acabaron con la vida de Jorge Herández; siete kilos mataron a Idoia Rodríguez; casi quince sepultaron a Cristo Cabello. Defensa todavía no ha informado de cuál era la potencia de la bomba que acabó con John Felipe Romero, pero las primeras pesquisas apuntan a una carga similar.

Las tácticas de la insurgencia afgana han acelerado el cambio del parque móvil del ejército español, que afronta una sustitución progresiva de sus vehículos de transporte. Los viejos BMR se han quedado «totalmente desfasados», indica Juan Pablo Lasterra, experto en armamento militar y colaborador de la revista 'Armas'. Ahora están dejando paso a los RG-31, conocidos como 'Antílopes', automóviles de patente sudafricana y fabricación española especialmente protegidos contra las minas. Defensa encargó cien vehículos RG-31 que ya deberían estar funcionando: 85 para transporte de personal, 10 para ambulancias y 5 para el puesto de mando. Sin embargo, las deficiencias registradas en los primeros lotes han alargado los plazos de entrega, inicialmente previstos para el año 2009. El Ministerio llegó a amenazar a la empresa fabricante, Santa Bárbara Sistemas, con anular el pedido (cuyo monto roza los 70 millones de euros) si no solucionaba los «graves» fallos técnicos detectados, primero en el sistema eléctrico y luego en la potencia del motor. Finalmente, aunque con cierto retraso, Defensa ha dado el visto bueno a sus primeros RG-31. Este vehículo, que fue probado con éxito en la guerra de los Balcanes, es el mismo que utilizan los ejércitos de Estados Unidos, Canadá y Naciones Unidas. «Su monocasco de acero con chasis en forma de 'V' -explica Lasterra- permite expandir la onda lanzada por una mina, lo que aumenta la protección de los ocupantes».

Por las polvorientas carreteras de Afganistán ruedan ya 32 Antílopes españoles, pero cubren la travesía entre Herat y Camp Stone, a priori más peligrosa que la llamada 'ruta Lithium', en la que perdió la vida el soldado John Felipe Romero. Una vez enjugadas las lágrimas por el último fallecido, queda en el aire una pregunta, pertinente y dolorosa: ¿Se habría salvado John Felipe Romero de haber viajado en el nuevo automóvil? La respuesta exacta es imposible: todo depende de la potencia de la bomba, de su colocación y, en último extremo, de la suerte.

Fusil de Heckler&Koch

En los próximos días, llegarán a Afganistán los 29 RG-31 que completarán el relevo de los antiguos BMR. Pero su uso requiere tiempo y formación: «Esto no es como ir a un concesionario, coger las llaves del coche nuevo y salir a la carretera. Son vehículos de difícil conducción, que deben ser montados y probados en la zona de operaciones», indica Mariano Casado, secretario general de la Asociación Unificada de Militares Españoles (AUME).

La adquisición de los Antílopes es la penúltima pieza en la renovación material del ejército español. Para la tropa, la gran revolución armamentística llegó en 1999, con la jubilación del venerable Cetme (el popular 'chopo' de la mili), tras más de 50 años de servicio. Su lugar lo ha ocupado el HK G-36 E, un fusil de asalto diseñado por la casa alemana Heckler&Koch y fabricado, bajo licencia, en España. Pese a que algunos usuarios le achacan cierta fragilidad, sus características (750 disparos por minuto, poco más de 3 kilos de peso) y su respuesta (rara vez se encasquilla) le auguran una larga carrera en el ejército, aunque deberá adaptarse a los cambios tecnológicos que se avecinan. Los alemanes, los letones y algunas unidades británicas, italianas y croatas utilizan el mismo modelo.

Una aventura cara

Con la relevante excepción del BMR y sus problemas en un campo minado, los combatientes españoles en Afganistán disponen de materiales similares a los de las demás potencias occidentales. «Estados Unidos todavía nos lleva ventaja, pero el cambio en los últimos años ha sido impresionante -indica Lasterra-. En los 90 la distancia era enorme, pero se ha puesto mucho dinero para que los soldados estén correctamente equipados. Con el nuevo fusil de asalto, por ejemplo, nos hemos puesto por delante de Francia».

Con todo, todavía se registran incidencias importantes. En abril de 2006, AUME denunció que varios chalecos antifragmentos utilizados por los soldados destacados en el país asiático habían caducado (se estima que su vida útil no supera los diez años); no obstante, en julio del 2009, Defensa envió una nueva remesa de chalecos de última generación: más de 1.800 piezas modulares, relativamente ligeras (menos de 5 kilos), confeccionadas con tejidos transpirables y con posibilidad de insertar placas laterales para aumentar la protección del soldado frente a disparos esquinados. Pero Mariano Casado advierte de que, por sí solos, los materiales no garantizan la seguridad de la tropa: «No se trata de utilizar tal fusil o tal chaleco -indica-. También hay que tener en cuenta la labor de inteligencia, la planificación de los servicios, la no repetición de zonas, el diseño correcto de las operaciones... Y aun así la seguridad total es imposible». El secretario general de AUME pide al Gobierno información cabal de lo que sucede en Afganistán: «Para afrontar el problema, hay que reconocer su gravedad. Reconocer que hay combates, ataques reiterados, minas. Nuestra preocupación no es terminológica (nos da igual si le llamamos o no 'guerra'), pero exigimos que se defina bien la situación. Porque si no se reconoce la gravedad, es más difícil que se adopten las medidas presupuestarias necesarias».

La invasión de Afganistán comenzó hace más de ocho años, un mes después del atentado contra las Torres Gemelas. El avance de las fuerzas aliadas resultó imparable y el gobierno talibán se esfumó como un mal pensamiento. Pero la resistencia, al principio limitada a las montañas vecinas de Pakistán, ha ganado mucho terreno y está poniendo en aprietos a las potencias occidentales. Obama insiste en que la batalla contra el terrorismo internacional se libra en suelo afgano y ya ha anunciado nuevos envíos de tropas, para lo que ha reclamado la ayuda de sus aliados. Zapatero parece dispuesto a incrementar en 500 efectivos el millar de unidades que ya están en el terreno. «Si se reconoce que el escenario está peor y que exige el envío de nuevas tropas, también requerirá un mayor esfuerzo material, técnico y de inteligencia», avisa Mariano Casado.

La guerra es una aventura cara: cada soldado español en Afganistán viene a costarnos 1.300 euros al día. El Ministerio de Defensa informó al Congreso de los Diputados de que, en los nueve primeros meses de 2010, España había invertido 364 millones de euros en el avispero afgano. En esta cantidad se incluyen todos los gastos (material, transporte, alimentación, sueldos, hospedaje), elevados al cubo por la nula infraestructura del país, mucho más atrasado que Bosnia o el Líbano, sedes de las otras misiones internacionales del ejército.

Pero la guerra es, por encima de todo, una aventura dolorosa: las familias de John Felipe, Cristo, Idoia o Jorge Arnaldo pueden dar fe.