Sociedad

El carnaval melancólico

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Las máscaras misteriosas de Venecia vuelven a aparecer en las fotos de todo el mundo porque ayer empezó el carnaval, que dura once días, hasta el Martedi Grasso. Es el 'martes de grasa' anterior al Miércoles de Ceniza, en el que se comía todo lo bueno que había en casa e iba a estar prohibido en la Cuaresma. Pero éstas son cosas del pasado, cuando el pecado imponía un respeto, y entonces tenían sentido. El carnaval actual es un invento moderno para el turismo que empezó en los ochenta, con patrocinadores, obligación de divertirse y esas cosas.

En realidad ahora el carnaval en sí es una máscara más para tener unos segundos en los telediarios, porque detrás de ella a veces no hay mucho. Claro que hay personajes enigmáticos que se han gastado una pasta en un disfraz sofisticado y se pasean por San Marcos: son los que salen en las fotos y para eso van. Desde fuera se puede imaginar que aquello es Río de Janeiro pero en palaciego. Sin embargo, suele hacer un frío que pela, las calles a menudo están desiertas salvo el fin de semana, cuando llegan los turistas, y los venecianos, herméticos al contacto con los forasteros, se lo montan en fiestas privadas lujosas e inaccesibles. Tiene algo de melancólico, con esos semblantes inexpresivos de sus máscaras.

Claro que hay programa de actos y a veces hay ambientillo, pero cuando Venecia era Venecia, ciudad del vicio en decadencia dorada, el carnaval duraba cinco o seis meses. En el Settecento, perdida la hegemonía comercial de Oriente y el peso político, los venecianos optaron por darse a la molicie, que también les convirtió en meta del ocio de toda Europa con sus consiguientes ingresos económicos. Según datos citados por Jan Morris, a finales del siglo XVI vivían en la ciudad 2.889 damas patricias, 2.508 monjas, 1.936 burguesas... y 11.654 putas cortesanas, más que todas las anteriores juntas. Es decir, que había bastante marcha. Si Venecia ya era un desmadre durante la mitad del año, imagínese la otra mitad del carnaval.

Hay constancia de la fiesta, con orígenes paganos, desde un documento de 1094. Pero enseguida se le puede seguir el rastro a través de los decretos emanados por los dogos para intentar atajar los desvaríos. Por ejemplo, en 1339 ya se prohibió ir con máscara de noche, pues los crímenes y las tropelías eran constantes. Y en 1458 otro decreto castigaba a quienes, disfrazados de mujeres, se colaban en los conventos. La situación era tal que en 1608 se limitó oficialmente el uso de la máscara a los días de carnaval, pues la gente la llevaba todo el año, bajo pena de ir año y medio a galeras. En 1703, en fin, se prohibieron en las casas de juego, porque el que perdía se iba sin pagar y a ver quién lo reconocía.

Encuentro con la muerte

¡Pero qué máscaras fascinantes! Cuesta recuperarse de la impresión de encontrarse de noche una sombra ataviada con el inquietante rostro de la 'larva', esa máscara blanca que a la altura de la boca se transforma en una cuña. Uno cree enfrentarse con la muerte que viene a buscarle. En realidad esta careta nace de una función muy normalita: permitía comer y beber con la máscara puesta, sin quitarla, para pasar todo el día con ella sin ser reconocido nunca. Además deformaba la voz. La máscara eliminaba la identidad, la clase social y hasta el sexo. Por eso era obligado saludar a alguien disfrazado cuando pasaba, porque no se sabía quién había debajo.

El gusto por la máscara también desembocó en espectáculos y las primeras compañías de actores profesionales. En el XVII, en una ciudad de 140.000 habitantes había 17 teatros. En Venecia nacieron los primeros escenarios privados y de pago, una veta cultural que forma la 'comedia dell'arte'. Las primeras compañías cómicas que hacían giras por Europa eran italianas.

Este alocado mundo del carnaval, con lo bueno y lo malo, tocó fondo en el XIX. En su final no se paraba por nada: el dogo Paolo Renier murió en plenas fiestas en 1789 pero sólo se anunció cuando terminaron, dos semanas más tarde. Hasta 1802 hubo espectáculos de toros atacados por perros salvajes. Al final de su declive, Venecia tenía el ejército menos dispuesto para la guerra de Europa y la república ya sólo se dedicaba a divertirse. Un día llegó Napoléon y se rindieron. Había entonces 136 casinos. El carnaval terminó y sólo fue desempolvado dos siglos después. Con todo, vagando por las callejuelas y si uno tiene suerte, se puede todavía tocar su magia. También está escondida.