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Opinion

Lo peor

Algo en los casos de condenados sin pruebas me sigue dejando helado, me recuerda a Kafka

F. L. CHIVITE
Actualizado:

Qué sería lo peor? Lo peor que podría sucederle a usted, por ejemplo, ¿lo ha pensado alguna vez? En fin, es sólo una pregunta retórica, claro. Pero la verdad es que todos lo hemos pensado en alguna ocasión: la posibilidad de haber sido víctimas de una gran tragedia. De una ruina repentina. De una enfermedad terrible, o cosas por el estilo. Además, el arte se nutre de esto. Hay miles de historias y películas así. Y lo interesante en cada una de ellas es observar precisamente la reacción de la gente. La entereza con que afrontan su infortunio. De hecho, tanto en la ficción como en la realidad, eso es lo que nos admira: la valentía con que algunas personas son capaces de enfrentarse a la adversidad. Desde fuera es hasta difícil de creer. Pero es así. Con frecuencia, el mazazo que nos golpea nos trasmite a la vez la energía para combatirlo. Es curioso. Salvo cuando somos víctimas de una gran injusticia. O de un grave error judicial. En tales situaciones es casi imposible sacar fuerzas de flaqueza.

Porque es precisamente la columna vertebral de la esperanza, la confianza en una justicia elemental, lo que ha sido quebrado de manera violenta. Así pues, ¿qué sería lo peor para mí? Ser acusado injustamente y condenado sin pruebas. Siempre lo he pensado. Quizá desde que leí, con menos de veinte años, 'El proceso', de Kafka. Es la cuota que pagas por las lecturas tempranas, supongo. La novela va de eso: de un inocente atrapado en la maquinaria de la justicia. Todo esto viene, ya se imaginan, a propósito del caso de Ricardo Cazorla. Un día, una mujer se cruzó con él por la calle y creyó reconocerle como el tipo que la violó diez años atrás. Luego otras dos mujeres ratificaron ese testimonio. Y al parecer, no hizo falta mucho más. Se le condenó a 36 años. Ahora, el Supremo lo ha absuelto, después de 2 años y medio en la cárcel porque la prueba del ADN lo exculpa.

Hay algo en estos casos que me sigue dejando helado. Que me recuerda a Kafka. Lo kafkiano prospera siempre en un proceso viciado: al principio sólo hay un pequeño indicio. Los informes no son del todo claros, era de noche, llovía. Luego alguien deja caer un comentario como de pasada, desde luego si no es él se le parece mucho. Y a partir de ahí todo se precipita en una vorágine enloquecedora. Al final, la suma de incertidumbres toma apariencia de certeza. Y poco a poco las sucesivas vueltas de tuerca van convirtiendo al sospechoso en acusado. Y a la postre en convicto. Sin que nadie haya probado nada. Claro que esto no es lo normal, naturalmente. Y en todo caso es algo que sólo les sucede a los Joseph K. del mundo. Que además se parecen mucho entre sí. De todas formas, uno no puede evitar cierto estremecimiento al pensar en todos esos condenados sin pruebas cuya inocencia nunca saldrá a la luz.