KITKAT
Actualizado:Chau, hasta luego, señores, en dos semanas hablamos, pero hoy, ustedes me disculpan, cierro el chiringuito. A las diez y cinco cojo el Altaria -o como se llame ahora-, y para Cádiz. Y no hay más que hablar. Que sí, que yo sé que lo suyo es urgente, pero es que en esto soy irreductible, no hay posibilidad de negociación, 'nanay' de la China. Mi cabeza ya está llena de papelillos y no admite ninguna información que no tenga que ver con el Carnaval de mi tierra.
Ayer por la tarde estuve a punto de encararme con una señora en el metro que se cruzó en la escalera y no dejaba pasar a aquellos que vamos algo estresados por el metro y por la vida. Por culpa de ella perdí el tren. Tuve que esperar tres minutos a que llegara otro. Me miré al espejo y tenía una cara de amargada que daba hasta miedo. ¿Cómo es posible mosquearse por perder sólo tres minutos? Así que me dije: «Buenos mal que mañana ya es Carnaval».
Porque me voy. He dejado el piloto puesto, en algún rincón de mi cerebro, para tres o cuatro cosas de las que tengo que estar pendiente. Que no esperen de mí mucha atención, porque les dispensaré la mínima. Lo demás, el resto del tiempo y del cerebro lo dirigiré al sagrado ritual de cada año donde sólo importa el presente, es decir: la risa, la música, la cerveza y las papas rellenas.
El otro día soñé con el Carnaval, con las niñas. Íbamos por la calle, era de día. Y todo flotaba en una atmósfera mágica e irremisiblemente feliz y despreocupada... Chao, que me voy. Dejemos todo en 'stand-by', salvo las ganas de ser felices aquí y ahora, sin preocuparnos por el mañana. Disfrutemos sin frenos de la enorme felicidad, palpable y real, que nos regala cada año el Carnaval llegando el mes de febrero.