Sociedad

La venganza de la alcachofa

Esperanza Aguirre no está sola. José Bono, Luis Aragonés o Ronald Reagan también fueron traicionados por micrófonos que creían apagados

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Aquel día de 1984, cuando el muro todavía dividía Berlín y Gorbachov aún no había cogido las riendas del imperio soviético, miles de ciudadanos rusos sintieron cómo su piel se erizaba de espanto. Acababan de escuchar al presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan, en la emisora 'La Voz de América', el servicio oficial de radio de la Casa Blanca para el extranjero. Con voz clara y sosegada, como sin darse importancia, Reagan había anunciado al mundo: «Me complace comunicarles que acabo de firmar una ley que proscribe a Rusia para siempre. El bombardeo empezará en cinco minutos». Los oyentes que no se desmayaron supieron más tarde que esos anunciados misiles jamás caerían sobre Moscú. Según se explicó luego, Reagan creía que estaba haciendo una prueba de micrófono y, en lugar del habitual 'probando, probando', decidió ser más creativo. El presidente no cayó en la cuenta de que la lucecita roja estaba encendida y sus palabras se habían escapado del estudio.

Veinte años después, la proliferación casi selvática de micrófonos, cámaras y medios de comunicación ha hecho que muchas personalidades públicas hayan seguido el (mal) ejemplo de Ronald Reagan. La última en incorporar su nombre a esta lista ha sido Esperanza Aguirre, presidenta de la Comunidad de Madrid, enemiga declarada del alcalde de la capital y autora de la frase malévola del mes, a propósito del reparto de cargos en Caja Madrid: «Hemos tenido la inmensa suerte de poderle dar un puesto a IU quitándoselo al hijoputa». Cuando vio que un micro había captado el insulto, Aguirre se apresuró a señalar que aquella palabreja no iba dedicada a su odiado compañero, sino «a un consejero cuyo nombre no recuerdo». Quizá el alcalde haya perdonado el desliz de Esperanza si tiene en cuenta que su propio padre, José María Ruiz Gallardón, también se vio atrapado por un micrófono indiscreto. Al acabar una rueda de prensa, en los años de la Transición, tuvo la humorada de decir: «Con esto y un bizcocho, esta noche me emborracho».

Desde hace años, los asesores de comunicación se desgañitan advirtiendo a los políticos de que consideren peligroso todo micrófono, por inofensivo y apagado que parezca. El presidente del Congreso de los Diputados, José Bono, podría impartir un máster sobre la cuestión. En enero de 2004, conversaba con Joaquín Almunia y Juan Carlos Rodríguez Ibarra en el Comité Federal del PSOE. «Oye -les decía Bono-... ¿Y nuestro colega Blair? Es un gilipollas integral (...) Un imbécil». No se sabe si tan castizos adjetivos llegaron a oídos del mandatario inglés, pero a Bono el propósito de enmienda no le duró mucho. Cuatro años más tarde, ya en el Congreso, las cámaras volvieron a pillarle hablando con otros diputados sobre la polémica colocación de una placa en honor a la madre Maravillas: «Hay mucha santa y algún malo (...) y los del propio partido, que son unos hijos de puta».

Desfile «coñazo»

Quizá la mayor virtud de estos escapes incontrolados sea la humanización de los políticos; gente que suele repetir un discurso plomizo y ultracorrecto y que sólo se suelta el pelo cuando se apagan los focos. Eso le pasó hace un año a Mariano Rajoy, cuando, al acabar un acto del PP, resopló: «Mañana tengo el coñazo del desfile. En fin, un plan apasionante». Luego, al verse pillado, corrió a decir que respetaba mucho a las Fuerzas Armadas, que hay que celebrar su fiesta con entusiasmo, que lo de antes era una «expresión coloquial»..., pero en el aire quedó flotando la idea de que la verdad llegó primero y la excusa, después. Un planazo similar tenían los parlamentarios europeos que, en marzo de 2002, aguantaron un inclemente discurso de José María Aznar. Al acabar su intervención, el propio Aznar susurró: «Vaya coñazo que he 'soltao'».

Los deportistas también han sido carne de cañón, sobre todo desde que cien cámaras escrutan cada rincón del estadio. El entrenador argentino Carlos Bilardo, apóstol del fútbol marrullero, quedó para siempre asociado a una imagen. Cuando un jugador rival quedó tendido en el suelo, las cámaras de la televisión captaron al técnico del Sevilla con los ojos inyectados en sangre. Puesto en pie, con el semblante desencajado, abroncaba a uno de sus jugadores, que había osado acercarse al adversario herido para darle un poco de agua. Entre otras lindezas, le decía: «Písalo, písalo». Un ejemplo de 'fair play' que también siguió el ex seleccionador Luis Aragonés, cuando se dirigió en un entrenamiento a uno de sus pupilos, José Antonio Reyes, y le bramó: «Dígale al negro de mierda (Thierry Henry) que usted es mejor que él». Las peculiares estrategias de Luis, captadas por una cámara indiscreta, echaron gasolina a los incendiarios tabloides ingleses, que lanzaron una campaña contra el racismo español.