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Opinion

Un Zapatero inédito

Ha tomado seguramente la primera decisión impopular de verdad de todo su mandato

LOURDES PÉREZ
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Fue una flagrante contradicción situar a Alberto Oliart, un veterano camino ya de los 82 años, al frente de la misma RTVE que había ido desprendiéndose de profesionales en la cincuentena. Hoy, apenas dos meses después de ese nombramiento y vista la inesperada propuesta para ampliar la edad legal de jubilación, podríamos pensar que lo que pretendió el Gobierno fue lanzar un aviso a navegantes al apostar por la elocuente, inusual y poderosa imagen de un anciano para dirigir un mastodonte público en plena transformación. Sin embargo, nada apuntaba entonces a que Zapatero se hubiera decantado por Oliart por espíritu pedagógico, para concienciar a una sociedad en imparable envejecimiento y acuciada por el paro de las bondades de prolongar la vida activa y de aprovechar al máximo -al límite, dirán algunos- la experiencia acumulada. En aquellos días, el Gobierno no había emitido señal alguna de querer explorar la espinosa revisión de la edad de jubilación. Como tampoco lo había hecho con otros cambios políticos, económicos o sociales susceptibles de ser identificados como una renuncia a los presupuestos ideológicos tan queridos por Zapatero; o, simplemente, de generar desconcierto o malestar entre su electorado. El incuestionable viraje en el discurso que implica, más allá de los matices, ampliar el retiro de los 65 a los 67 años confronta al presidente con un retrato hasta ahora inédito de sí mismo: el de quien, por usar una expresión utilizada por sus propios ministros, ha tomado seguramente la primera decisión impopular de verdad de todo su mandato.

Hasta la fecha, sabíamos que Zapatero podía parecer 'bambi' pero comportarse de manera implacable no ya con la oposición, sino singularmente con los suyos: ahí están, en dos ejemplos, la marginación del ex ministro Caldera o el desplante al PSC al pactar en secreto con Artur Mas el nuevo Estatuto catalán. También que es un pragmático puro, que se apoyó en la credibilidad de Pedro Solbes para ganar las elecciones generales de 2008 con los nubarrones de la crisis ya encima y luego desatendió sus diagnósticos más realistas sobre la mala marcha de la economía. El sábado, en su discurso ante el comité federal del PSOE, Zapatero no se descabalgó de su incorregible tendencia a ver la botella más llena que vacía. Pero lo llamativo fue que vinculara tan claramente la responsabilidad de gobernar con la adopción de decisiones difíciles, una rareza en el discurso presidencial del optimismo. Decisiones difíciles que pueden provocar rechazos epidérmicos en significativos sectores de la población aunque resulten ineludibles. Hasta dónde esté dispuesto a llegar con la reforma de la Seguridad Social y otras, como la anunciada del mercado laboral, dará la medida de la voluntad de cambio de este Zapatero por descubrir.