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Opinion

Obama, del dicho al hecho

El presidente de EE UU ha vuelto a abarcar mucho en la promesa y a concretar poco en cómo hacerla realidad

JOSÉ IGNACIO WERT
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Un político debe hacer lo que dice, esto es, ser veraz, y decir lo que hace, es decir, ser transparente. Pero no siempre hay esa correlación entre el hacer y el decir. A veces, porque se dicen unas cosas y se hacen otras, a veces porque se hacen cosas que no se dicen, y en ocasiones, como le sucede, a mi entender, a Barack Obama, porque se dice mucho más de lo que se hace. Esa distancia entre el dicho y el hecho es lo que explica la caída de popularidad de Obama en EE UU y también la creciente distancia entre su menguante crédito en casa y su sostenida popularidad en el exterior. Porque los americanos dependen de lo que hace y los que lo vemos desde fuera atendemos sobre todo a lo que dice.

El reciente discurso sobre el Estado de la Unión nos ha mostrado una vez más al mejor Obama. La arquitectura del discurso y la forma de recitarlo fueron impecables. Los contenidos, estratégicamente pensados en la perspectiva de recuperar el apoyo de las clases medias, centrados en la creación de empleo y en la prosperidad, se atienen a la necesidad de mostrar sintonía con las angustias y preocupaciones de los ciudadanos. Los guiños, desde el palo a los banqueros, hasta el gesto hacia los gays, pasando por la reprimenda a los tertulianos de las televisiones, bien calculados. ¿Y qué decir de la forma? Nadie tiene un idilio con el 'teleprompter' como Obama, pocos modulan los registros de la voz y el lenguaje corporal como él. Y, sin embargo, una vez más Obama cayó en el error de abarcar mucho en la promesa y concretar poco en cómo hacerla realidad. De nuevo lanzó la mirada más allá del horizonte y se olvidó de enfocar el camino. Iluminó la promesa del futuro y eludió explicar con qué equipaje se enfrenta al viaje.

Hay una distancia sutil entre el que sueña y el que se deja arrastrar por la ensoñación, entre el que ilusiona y el ilusionista. Obama -y su niño prodigio, Jon Favreau, el jefe de sus escribientes- son casi insuperables en el arte de crear ilusiones. Pero empieza a ser evidente que las ilusiones que no se convierten en realidades tangibles no sólo provocan desilusión, sino frustración e ira. Y, a lo peor, empieza a notarse que la falta de experiencia ejecutiva de Obama, cuyo primer empleo de este carácter ha sido el de presidente de la nación más poderosa del planeta, es un serio handicap a la hora de tomar decisiones difíciles.

El discurso ha sido bastante bien acogido. Pero un cierto aroma de 'déjà vu' flotaba en el ambiente. La imagen de un presidente insomne leyendo por las noches las cartas de niños y parados tiene gancho emotivo. Pero si el niño y el parado no ven sus problemas mejorar, mucho me temo que el año que viene por estas fechas la popularidad doméstica de Obama puede haber bajado muchos enteros más. Y entonces no valdrán ni las bellas palabras de Favreau ni la sugerente voz de Obama. Porque no sólo de palabras vive el hombre. Y, menos que ninguno, el americano.