La delación del espejo
Actualizado:Sus chillidos de musaraña asediada, estiletes, atravesaron la casa como venablos sin destino. Aquella casa de Mogadiscio con porte de hangar destartalado de aeronaves. Este grito de alerta, un silbo contumaz, me hizo saltar sobre un grupo de banquetas de tortuosa madera de acacia, en busca de él. Atravesé las estancias que mediaban entre mi despacho y la alarma, tropezándome con los impávidos quicios, perseguido, a la zaga, por el temor. Se trataba de Alí, hijo de Amina, pero no le entendía. Mascullaba el swahili. Sin resuello, al llegar al dormitorio, lo encontré bloqueado, con postura de lebrel, increpando al niño que se había metido en nuestra casa, que él, imperialmente, consideraba suya. El niño al que instaba con ira a abandonar de inmediato la casa, no era otro que él mismo reflejado en un espejo. No sabía que el día anterior habíamos encontrado, un milagro, un armariote en un bazar de traficantes de armas en Hamargüeini. Un inmenso ropero, de inspiración europea, mezcla de embalaje revestido de formica y mausoleo, que lucía un versallesco espejo.
Alí, que tenía seis años y hoy ejercerá el oficio de pirata, si su lúcida madre, nuestra querida Amina, no le ha encontrado mejor trajín, nunca se había contemplado en un espejo. No se reconoció, por ello, confundiendo su imagen, de belleza supina, con la de otro niño, para él un rufián. Alarmada también su madre, acudió presurosa blandiendo una cacerola de fundición, ella sí lo entendió, dispuesta, resuelta como era, a poner en fuga al entrometido. Al delatarnos el espejo, cómplice del intruso, y vernos a su espalda, se acercó decidido, aunque en zigzag de oteador, a encarar el enigma. Le abrimos el ropero, ya entre risas, acariciándole el altivo cogote de guerrero, no creyendo que sus dudas sobre aquel misterio se las disipara el encontrarlo vacío. Le había vencido el estupor, pero con mañas. A él, virtuoso de la peripecia.
La humanidad, como Alí, no se reconoce en el espejo. Ha perdido su imagen de mamífero racional, dual. De proyecto metafísico con vocación y proyección de perfectible. Quizás peor; no se atreve a mirarse al espejo. Siente pavor de sentirse culpable de tantos latrocinios y desmanes cometidos desde la impunidad, licitada por la inmunidad, del dueño y señor de la cadena trófica. Resulta mucho más reconfortante seguir contemplando el decurso de la vida a través de cristales sin azogar. Aquellos que no nos mortifican devolviéndonos imágenes acusadoras, ni superponen nuestra mirada sobre nuestra mirada, evitando con ello vernos en cueros con las vergüenzas laceradas por el zarpazo del felino dolor, ubicado en infiernos remotos. Los de otros.