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AMADO PUEBLO

MANUEL ALCÁNTARA
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En las democracias importa menos que al líder le quieran mucho que le quieran durante más tiempo. Exigen un plebiscito casi continuo aunque admita espera electoral. Obama acaba de lanzar un programa para recuperarlo.

¿Cómo lo ha perdido en tan poco tiempo? El hombre que acaparó el mayor grado de esperanza ecuménica, sin haber ganado ninguna batalla, quiere iniciar la reconquista del apoyo popular, que no depende sólo del pueblo sino de sus manipuladores. Ya el dulce y fragante poeta del amor, nuestro Gustavo Adolfo, se hizo la gran pregunta: el hombre estaba intrigado y quería saber dónde va el amor, cuando el amor se olvida. Los dictadores no tienen ese problema, porque no hacen preguntas, pero en democracia hay que procurar tener contento al pueblo, entendiendo por pueblo, no a la gente común, como dice el diccionario, sino a la mayoría de los votantes.

Cuenta Machado que cierto orador se dirigió a la muchedumbre gritando «amado pueblo» y fue descortésmente interrumpido por una voz anónima:

-¡Pueblo será usted!

¿Es el pueblo un soberano que tiene la necesidad de ser mandado? ¿Somos corderos que vamos donde hay hierba? A Sartre, que tenía una gran facilidad para cabrearse, le irritaba que alguien dijese que se había inclinado sobre el pueblo para conocer sus costumbres. ¿Dónde estaba para tenerse que inclinar? A mí lo que me parece curioso es que ninguno de mis amigos que se dedican a la sublime tarea política tenga a su vez un amigo pobre. El más aproximado soy yo, que no soy pobre, ni rico, ni tampoco lo contrario, sino las dos cosas a la vez, según horas. En esta desconexión entre los despachos y la calle creo advertir algunos males que predijo el gurú ese que ahora dice que España es un lastre para la Eurozona.