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Contención

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La eficacia del juego de contención que, frente al Numancia exhibió el Cádiz el domingo pasado, corrobora la teoría futbolística tradicional según la cual una buena estrategia de ataque es la que se apoya en una contundente defensa. Frente al tópico tan repetido de que la mejor defensa es un buen ataque, podríamos afirmar que las victorias se originan y culminan mediante la creación de una tupida red defensiva tramada con los once componentes de la alineación. Durante la primera vuelta de esta temporada fueron varios los equipos que lograron arrebatar puntos en Carranza gracias a esta fórmula, al mismo tiempo que el Cádiz nos mostraba cómo los huecos defensivos en cualquiera de sus líneas hacína inútil los despliegues de nuestros atacantes. Varias voces repetían que era necesario que los dos pivotes, en vez de estar tan preocupados por crear espacios, se esmeraran en cortar el juego del equipo contrario y, sobre todo, en tapar las fisuras por las que, a veces, se colaban los delanteros adversarios. Fue entonces cuando llegamos a la conclusión de que una buena disciplina defensiva constituye los cimientos sobre los que se levanta la arquitectura del juego bien trenzado e, incluso, de la eficacia goleadora. A veces no caemos en la cuenta de que el fracaso reiterado de delanteros se debe a la debilidad defensiva de todo el equipo y que, por lo tanto, la defensa ha de empezar en la presión de los delanteros. Es cierto ese principio según el cual, cuando el equipo contrario tiene el balón, los once jugadores locales han de ser defensores. Y es que, efectivamente, sin unos cimientos consistentes es imposible un juego fluido y un ataque eficaz. Pero, en mi opinión, otra de las claves de este éxito ha radicado en la contención con la que Víctor Espárrago ha efectuado los cambios tácticos evitando la fácil tentación de cambiar los progresos estratégicos inculcados por Javi Gracias.