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Sociedad

DOS PALABRAS TERRIBLES

MANUEL ALCÁNTARA
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Hace algunos años a una inteligente revista francesa de papel couché, no siempre términos contradictorios, se le ocurrió hacer una encuesta sobre cuál era la palabra más triste del idioma. Abundaron, como era previsible, algunos vocablos: 'muerte', 'enfermedad', 'abandono', 'soledad', 'odio', 'venganza', 'ruina'. El dictamen del jurado, tan falible como todos, le otorgó el premio a la palabra 'pero'. Un adversativo con el que se contrapone un concepto al anteriormente expresado. Siempre que oímos decir de alguien eso de «es una gran persona, yo lo quiero mucho, pero.», hay que echarse a temblar. Posteriormente viene la carga explosiva, no siempre soterrada. Quien ponderaba las cualidades de su amigo, acaba poniéndolo como un trapo y si no termina cagándose en su padre es porque tiene serias dudas de quién fue el autor de sus días. A las palabras, aunque en principio fueran el Verbo, las carga el diablo. Las que más miedo dan son 'siempre' y 'nunca'. Las pobres criaturas temporales no estamos diseñadas para entenderlas. No caben entre nuestras sienes.

Ahora se debate, entre otras cosas de menor trascendía, pero de igual importancia, la legitimidad de la cadena perpetua, donde están implicados los dos terribles vocablos: «estar preso siempre y no ver nunca la libertad». Muertos Ortega y Zuribi, pero dichosamente vivos otros españoles, no deja de ser curioso que las opiniones más resonantes sean las de la señora Pajín y la señora Dolores de Cospedal. ¿Es más cruel quitarle a alguien la vida que quitarle la esperanza? «Mejor quisiera estar muerto, que preso pa to la vía.» dice la copla, cuya ortografía fonética le permite rimar con el penal del Puerto, Puerto de Santa María.