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Editorial

Compromiso a largo plazo

El mundo no puede tutelar la reconstrucción de Haití si no la dirigen los propios haitianos

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La cumbre internacional que tuvo lugar ayer en Montreal aportó avances para la coordinación de la ayuda humanitaria destinada a Haití y para contribuir de inmediato a la reconstrucción del país. Pero al mismo tiempo permitió constatar tanto la extrema debilidad de las estructuras del Estado haitiano como la inexistencia de una instancia internacional que, bajo la autoridad de Naciones Unidas, sea capaz de recabar y ordenar la cooperación de urgencia, y de trazar un plan viable y efectivo de reconstrucción. El hecho mismo de que los resultados de la cumbre de ayer dependan de lo que acuerden los países que participen en una próxima conferencia de donantes, y la incógnita que se mantiene sobre el futuro de la deuda externa que pesa sobre Haití, estimada en 1.200 millones de dólares, invita a albergar serias dudas sobre lo que el futuro inmediato depara a la reconstrucción del país. Las declaraciones del primer ministro haitiano, Jean-Max Bellerive, señalando que la actuación debería ser «diferente esta vez», invita a preguntarse por qué no lo fue con anterioridad; por qué Bellerive apela ahora a una gestión distinta de los intereses turísticos y del agro haitiano, después de tantas décadas de destrucción de su foresta, y de tantos años de colocar a su pueblo entre los más pobres del planeta. Por descoordinado que resulte el esfuerzo internacional para con Haití, y a sabiendas de que la corriente solidaria tenderá a declinar irremisiblemente, el país no encontrará un futuro medianamente digno mientras sus mandatarios y sus habitantes no se propongan alcanzarlo. Es cierto que se trata de un Estado fallido casi desde el mismo momento de su independencia. Pero a pesar de su tradición dictatorial, anclada en el fatalismo y hasta fratricida, cuenta con un entorno que sería envidiable para el resto de los países que encabezan el ranking de la pobreza mundial. La tragedia que ha padecido es de tal magnitud que explicaría el desconcierto e incluso el desistimiento colectivo a la hora de pensar en el futuro. Pero al mismo tiempo no cabe imaginar un Haití poblado por ciudadanos celosos de su propia dignidad si no son capaces de reaccionar ante tamaña catástrofe.