Dos iraquíes ayudan a una niña herida en el atentado con coche bomba contra el hotel Hamra. :: EFE
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Al-Qaida mina la esperanza iraquí

Los terroristas cercenan los esfuerzos por la seguridad con tres ataques contra hoteles en Bagdad que dejan al menos 36 muertos

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Tres explosiones coordinadas en menos de diez minutos. Bagdad volvió a estremecerse con el sonido de las bombas a las 15.28 -dos horas menos en España- cuando tres conductores suicidas al volante de vehículos cargados con explosivos atacaron los hoteles más importantes de la capital para asesinar al menos a 36 personas y herir a otras 71. Sheraton y Palestina, primero, Babylon y Hamra, después, fueron los objetivos de unos kamikazes que a falta de ocho semanas para las elecciones generales mostraron al mundo su capacidad para golpear en unos recintos destinados a extranjeros y cuyas fuertes de medidas de seguridad y muros de cemento fueron incapaces de evitar importantes daños materiales.

Con la polémica sobre los detectores de explosivos defectuosos que Reino Unido vendió a Irak y Afganistán sobre la mesa, las autoridades de Bagdad volvieron a culpar a Al-Qaida en Mesopotamia de una acción que se produjo el mismo día en que Alí Hassan al-Mayid, 'Alí el Químico', era ejecutado en Bagdad. Algunos medios locales interpretaron los atentados como una acción conjunta del grupo terrorista con antiguos militantes del partido Baas que quisieron responder de esta forma al ahorcamiento de uno de sus cabecillas. Esta lectura añadió un argumento más para proseguir con el proceso de 'desbaasificación' en el que vive inmersa la clase política del país pérsico de cara a la cita con las urnas del 7 de marzo. Una jornada que se presenta tensa e incierta debido a una violencia que acude de forma puntual a su cita con el terror a través de acciones cada vez más complejas y mortíferas.

Ataque mediático

La insurgencia volvió a usar una táctica de ataque simultáneo en diferentes puntos del centro de la ciudad. En lugar de ministerios, esta vez puso a los hoteles para extranjeros en su punto de mira.

El resultado fue menos sangriento que en las tres grandes últimas acciones que ha sufrido Bagdad -agosto, 122 muertos; octubre, 155; y diciembre, 127-, pero el mensaje de poder fue de nuevo alto y claro, y la capacidad de las fuerzas del orden iraquíes volvió a quedar en entredicho en un momento crítico en el que se disponen a hacerse con la responsabilidad de la seguridad en el país con la salida de las fuerzas de combate norteamericanas en agosto.

En declaraciones a la cadena Al Yasira, el diputado Alaa Maki atacó a los cuerpos de seguridad iraquíes, a los que calificó de «no organizados y carentes de equipos adecuados» y denunció las «infiltraciones» por parte de elementos de Al-Qaida y de partidarios del antiguo régimen para poder llevar a cabo ataques en la calificada como 'zona verde' de la capital, en la que las medidas de seguridad deberían ser máximas.

El Gobierno del primer ministro, Nuri al-Maliki, siempre ha tratado de atajar la presencia de baasistas en los ministerios y ya a finales de 2008 llevó a cabo una gran purga en Interior y Defensa con la detención de veintitrés funcionarios por su presunta vinculación con Al-Awda (El regreso), una de las formaciones que recogió el testigo del partido Baas tras la caída de Sadam Husein.

Desde entonces la caza de brujas en las instituciones ha sido incesante y las acusaciones de Bagdad han llegado incluso al Gobierno sirio, a quien se acusa abiertamente de dar refugio a destacados dirigentes de la época de la dictadura que estarían colaborando en la desestabilización de las instituciones actuales.