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Opinion

Tecnologíay seguridad

En nuestra vida cotidiana convivimos con el riesgo sin perder la serenidad

ANDREA GREPPI
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La intimidad es un bien extraordinariamente valioso, dicen unos. Más valiosa es la seguridad de millones de pasajeros, responden otros. La intimidad es un derecho, y los derechos son inviolables, insisten los primeros. De acuerdo, replican los segundos, pero de qué valen los derechos cuando está en juego la vida. ¿Hay alguna solución para este dilema? Los defensores de la tecnología creen que la salida está en inventar algún artilugio que proporcione seguridad sin violar los derechos. Si hay recursos técnicos para resolver el problema, ¡que se usen! ¡Que se pongan escáneres! Sólo la tecnología merece nuestra confianza.

Pero la realidad es tozuda. Cada día, en el mundo, millones de personas se suben a miles de aviones en miles de aeropuertos. Y hay millones de personas que manipulan esos aviones. El número de grietas potenciales por las que se puede colar el delirio de un fanático o de un loco es incalculable. Y eso no lo podemos negar, aunque en materias como éstas el cálculo, la estadística, no siempre es lo que más importa.

En efecto, como tantos otros, este debate está condicionado por la fuerza de los mitos. Por un lado, por la creencia, completamente irracional, de que las instituciones tienen una ilimitada responsabilidad sobre las cosas que nos pasan. Y, por otro, por la ilusión de que tarde o temprano la técnica nos hará inmunes frente a todos los males, hasta que el propio mal acabe desapareciendo de la faz de la tierra. El ideal de la seguridad perfecta se cumplirá cuando alguien invente una máquina infalible, que no desnude el cuerpo sino la mente, y ponga al descubierto las intenciones malas de los malvados. En un alarde de optimismo, los 'tecnófilos'-que el filósofo Fernando Broncano contrapone a los 'tecnófobos'- nos piden que aceptemos los enormes costes de tiempo y dinero, y el sacrificio en nuestros derechos que requiere la expectativa de seguridad total. Lo que no están dispuestos a poner en duda, en cambio, es la premisa de la que deriva su argumento: la ilusión de que esa expectativa sea realmente posible en un mundo como el nuestro. No admiten que nadie les discuta la utopía de la seguridad absoluta.

¿Estamos preparados para convivir de manera civilizada con nuestra capacidad tecnológica? ¿Y con el riesgo? Mi opinión es que el riesgo no podemos ni negarlo, ni ocultarlo con máquinas que pretendan eliminarlo para siempre. Lo curioso del caso es que este problema se suele resolver sin muchas dificultades en el ámbito privado. En nuestras vidas cotidianas, hay una infinidad de actividades y situaciones que son arriesgadas. Nosotros lo sabemos y, sin embargo, pasamos por ellas sin perder la serenidad. ¿Por qué no hacemos lo mismo en la vida pública?