Espera. Decenas de haitianos hacen cola para cargar sus móviles junto a una emisora de radio en ruinas en Puerto Príncipe. :: AFP
MUNDO

Haití coge la onda de la esperanza

El Ejército de EE UU reparte radios con placas solares para difundir los puntos de ayuda

PUERTO PRÍNCIPE. Actualizado: Guardar
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Puerto Príncipe está lleno estos días de imágenes irónicas que brotan por capricho en las tragedias, pero el campo de golf de Petion Ville es una de las más surrealistas. No sólo porque está construido en pendiente sin una brizna verde, ni porque en sus laderas acampan 50.000 personas desde el terremoto del día 12, sino porque ahora los sin techo llevan pegada a la oreja radios de colores.

Rojas, verde fosforito, azul cielo. Son pequeñas y modernas, con placas solares para el día y una manivela plegable para la noche. Los que no tienen ni ropa para cambiarse dormitan en la puerta de sus improvisados sombrajos con la radio pegada al oído y a veces un niño en las rodillas. «¿Radios? ¿Nosotros?», repite sorprendido un soldado estadounidense cuando se le pregunta por los aparatos repartidos. «¡Pero si eso es lo que querríamos, una radio para escuchar música!».

A él no le suena, pero en su base el capitán Jeff Zabala confirma la información: 800 radios que llegaron en cajas de la Cruz Roja. Se repartieron y antes de que la reportera le lance una mirada de suspicacia se apresura a añadir: «Pero si alguna mujer venía a pedírnosla también se la dábamos».

A priori no parece un bien de primera necesidad para quienes mendigan agua y comida, pero Jacobo Quintanilla, coordinador en Haití de la ONG Internews Network, corrige esta falsa percepción. «La información salva vidas y es tan importante como proveer comida, agua y techo», lapida. «¿De qué te sirve que se esté dando agua si no sabes dónde ir a por ella?». En sus primeros siete minutos en el aire han desmentido oficialmente el rumor de un toque de queda, han contado cuándo abrirán los bancos, cuáles serán los puntos de distribución de agua y comida, qué hospitales proporcionan atención médica y cómo evitar que prendan las epidemias en los campamentos de desplazados.

Los estadounidenses de la 82 división de paracaidistas, que conocen las tragedias del 11-S y el huracán 'Katrina' tienen en mente otro uso para las radios: «Supimos que las emisoras locales estaban dando información de gente desaparecida y pensamos que oyéndola podrían reencontrarse con sus familiares».

Emisoras en ruinas

La radio es la reina del país más pobre del mundo, donde la televisión es tan escasa que cuando alguien está viendo en casa un partido de fútbol se forman los corros en las ventanas. Ahora, sin electricidad y con la inflación galopante de la economía sumergida, escasean hasta las pilas. Unas cuarenta emisoras sacudían las ondas de la capital haitiana antes del terremoto, pero hoy poco más de la mitad opera en situación de emergencia, a veces un par de horas diarias. Cuando la tierra bramó muchas de estas oficinas se desplomaron y aplastaron entre sus escombros a los periodistas que trabajaban dentro. Las que aguantaron la embestida se quedaron sin corriente eléctrica, e incluso las que tenían un generador se vieron forzadas a racionar el combustible. Diez días después sólo han reabierto el 30% de las gasolineras.

En esos primeros días en que los tejados de las casas bloqueaban las calles y los muertos se apilaban en las esquinas la radio francesa transmitía los Globos de Oro, que en esas circunstancias resultaba tan surrealista como el campo de golf de Petion Ville repleto de chabolas o los modelos de Hugo Boss frente al desmoronado Hotel Montana.

Un irónico contraste de dos realidades tan distantes que disparaba la frustración de un país olvidado de la mano de Dios. Ese abismo en las ondas es el que ha salvado estos días Internews, junto a las agencias humanitarias y periodísticas agrupadas en Comunicaciones con Comunidades Afectadas por Desastres (CDAC, por sus siglas en inglés), que proporciona la información práctica para los damnificados.

Es un peldaño más hacia la normalización. El lunes aparecieron las frutas y verduras en las mantas de la calle, el martes las bolsitas de agua en los semáforos, el miércoles dinero fresco en las casas de transferencia, el jueves Internews entregó a catorces emisoras de radio local su primer programa en criollo en respuesta a la crisis, el viernes brotó el pan en las esquinas y ayer abrieron los bancos. Al séptimo día los camiones de basura que habían triturado cadáveres por las calles volvieron a su labor de siempre, empe zando por las montañas de basura que se han acumulado junto a los casi 600 campamentos espontáneos.

El de Petion Ville, el más grande de la ciudad, está custodiado por estadounidenses que hasta hace poco mataban insurgentes en Irak. Tienen la miseria a sus pies y la observan desde la piscina del club de campo donde se instalaron el sábado. Desde entonces han repartido agua y comida al ritmo de 200.000 o 300.000 botellas diarias y entre 8.000 y 10.000 raciones humanitarias sin disturbios. En el campamento que presiden sigue mandando la miseria pero no hay noticias de robos ni agresiones, así que a estas alturas recorren confiados los caminos en trajes de campaña con niños de la mano. «Esto es muy diferente a Irak», suspira el capitán Zabala. «Aquí podemos centrarnos en ayudar a la gente, porque no son una amenaza para nosotros». Ni ha hecho una pausa cuando le puede el discurso patriótico. «Aunque en cualquier caso tanto allí como aquí nos dedicamos a ayudar a la gente. En Irak nos ocupamos de eliminar a quienes hacen daño a los civiles».

El drama de Alexis

Los haitianos pueden esperar mucha de esta propaganda a través de la programación en criollo que lance Voice of America, producida desde el Departamento de Estado estadounidense. La omnipotente BBC se conformará con airear 20 minutos pero Internews pretende ampliar sus actuales 7 minutos a media hora. Les habla en su idioma alguien que también conoce de primera mano el terror de perder el suelo bajo los pies. El martes pasado el periodista radiofónico de 24 años Frederick Alexis logró sacar de los escombros a su madre y a su tíaabuela. «La casa pareció explotar desde dentro. Pensamos que había sido una fuga de gas. Aquí no había terremotos, así que hasta que salimos fuera y vimos todo lo demás no supimos lo que pasaba».