Haití: la sombra de una duda
La terrible crisis haitiana ha permitido constatar hasta qué punto la UE es y será un mercado común, no una unión de Estados con vocación transfronteriza
Actualizado:Mientras algún superviviente aún respiraba bajo los escombros del gigantesco desastre natural en Haití, ciertas disonancias político-diplomáticas, teñidas de un malhumor de extraño perfume entre patrimonial y de jurisdicción, se abrían paso en la escena: París lamentaba abiertamente que uno de sus aviones no hubiera podido aterrizar en el aeropuerto de Puerto Príncipe, bajo control norteamericano, y el teniente coronel Hugo Chávez mencionaba lo que él tenía por ocupación militar a cargo de los 10.000 marines estadounidenses enviados a toda velocidad. El episodio no llegará a escándalo, pero fue la comidilla de un par de días de redefinición incluso semántica de lo sucedido. Un principio de querella sin acritud por el oficio del presidente Sarkozy, que no siguió el camino de sus audaces ministros de Exteriores, Bernard Kouchner, y secretario de Estado de Cooperación, Alain Joyandet. Ambos se sintieron un poco 'deplacés' por el dinamismo de Obama y el Pentágono, que, con medios logísticos, una sola voz de mando y la cercanía física, pusieron sobre el terreno soldados y helicópteros y, con la 'captura' del aeropuerto, el único disponible, establecieron un principio de orden.
En Europa, la reacción del Gobierno de París fue percibida en algunos medios como una expresión de la -por lo visto- inextinguible sensibilidad francesa cuando se trata de una antigua colonia. La República ha hecho bien en gastar mucho dinero y poner muchas voluntades, sin distinciones partidarias, en mantener, por ejemplo a través de la francofonía, una presencia en el mundo; el suyo y el que fue suyo. Y esto vale para áreas muy distintas, Chad o Líbano, Yibuti o los 'dontoms' (dominios y territorios de Ultramar); o también para el miserable Haití, donde el francés es una lengua oficial, y donde se ha oído en medio mundo a la esposa del presidente Préval, Elisabeth Débrosse Delatour, decir en ese mismo e impecable francés: «Non; il n'y a pas d'occupation!», refiriéndose a los marines.
Lo cierto es que sin proponérselo -que se sepa-, el presidente Obama, que en esto tiene el respaldo de la sociedad norteamericana, hizo una exhibición técnica que suscitó, además de los comentarios y algunos malentendidos, una especie de recelo sobre la presunta existencia de un plan oculto en la operación. Esta malévola hipótesis atribuye al Gobierno de Estados Unidos una voluntad de recordar a la región que la hiperpotencia todavía lo es y que es inútil querer prescindir de ella en horas bajas de su presencia o su influencia política en América Latina. Washington habría visto así la oportunidad de hacerse bien presente y proceder a una gran inversión en relaciones públicas. La rápida visita a Puerto Príncipe de Hillary Clinton, que precedió -y no debió hacerlo- al secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon, 'americanizó' súbitamente el escenario.
Simultáneamente y como reacción general, los medios europeos, interpretando lo que parece el sentir de la calle, lamentaron de nuevo la real incapacidad de la UE de hacer algo parecido, cuando sencillamente el marco político-institucional-técnico disponible no lo permite. En ese orden, la terrible crisis sí es una razonable oportunidad para constatar hasta qué punto la Unión es, y será por mucho tiempo, un mercado común, no una unión de Estados con vocación compartida y transfronteriza. Lo único, literalmente lo único, que es común y de obligado cumplimiento en la UE, fuera de cosas menores como las matrículas de coches y similares, es el Banco Central y la flamante moneda única. ¿Una política exterior y de seguridad única? ¿Con qué medios y con qué voluntad política?
La UE no tiene una política de Defensa propia y ni siquiera tiene una industria de defensa propia. Todo el ruido que hicieron Tony Blair y Jacques Chirac con los Acuerdos de Saint-Malo de diciembre de 1998, sobre la necesidad de crearla como soporte de la inaplazable 'presencia internacional europea con todos los medios necesarios', choca con realidades testarudas y que ahorran comentarios. Por ejemplo, que Francia esté fuera del programa Eurofighter y mantenga su avión Rafale, que ahora está intentando vender a Brasil (por cierto, sería la primera venta de tal aparato al extranjero). La fibra francesa se siente más a gusto en su hexágono con el producto Marcel Dassault, marca de la casa. Y casi todo el mundo hace lo mismo, España incluida, con su política de dispersión de sus proveedores militares.
Mitterrand y Kohl crearon en su día una unidad mixta: la Brigada franco-alemana. Bien estuvo, pero era un gesto de expresión simbólica de la reconciliación franco-alemana, no el embrión de una Europa de la Defensa sólo entrevista hasta ahora en operaciones de pacificación o estabilización, singularmente en los Balcanes. No hay nada parecido a la determinación operacional y la claridad de Estados Unidos, sencillamente porque no puede haberlos y porque con 27 gobiernos 'á l'écoute' es difícil trabajar y decidir.
Así, la UE está cumpliendo, y de sobra, con la ayuda enviada por sus miembros como tales y propone -siempre vía Sarkozy- una conferencia de donantes que adopte al castigado país. Se hará en francés o en inglés, ya se verá, aunque sobre el terreno el personal hable 'créole', que es lo suyo. Y lo hará probablemente bajo la vigilancia de los marines que esta vez no han llegado para ocupar (eso fue cosa de Ronald Reagan en Granada y Panamá), sino para ayudar.